Los chilenos tenemos talento para los apodos. En mi colegio había sobrenombres épicos. Le decíamos “el obispo” a un niño de kínder que hablaba a puro garabato. “Perro bravo” era un amigo que vivía cerca de mi casa, pero que sus papás no lo dejaban salir ni a la esquina. Al flaco Rozas también le decíamos “viernes santo”, porque no tenía nada de carne.
Pero me acordé de uno genial esta semana: el “Estocolmo”. Tenía la mejor pelota de fútbol de todo el grupo y siempre la prestaba para que jugáramos. Todo funcionaba perfecto hasta que a su equipo le iba mal. Cada vez que estimaba que la derrota era inevitable, inventaba que tenía algo que hacer en su casa y se iba. Con la pelota. Nunca aceptaba dejarla para que pudiésemos terminar el partido. Alguien dijo un día que había “secuestrado” la pelota. Y que podíamos ofrecerle un “rescate” en plata para que no se la llevara. Alguien se acordó del “síndrome de Estocolmo”, que es el sentimiento de apego que sufren los secuestrados por su captor. Y de ahí al apodo fue solo un paso.
Recordé al “Estocolmo” al observar la fallida elección de la nueva directiva del Partido Socialista. Los militantes votaron el domingo, y el viernes aún no lograban terminar de contar los votos. Pero eso es absurdo. Lo que yo creo, más bien, es que a alguien no le gustó el resultado y simplemente “secuestró” los cómputos.
El diccionario dice que secuestro es un delito contra la libertad que puede ejercerse contra las personas, pero también contra las cosas. Consiste en capturar algo o a alguien para obligar a que otros cumplan sus exigencias.
Visto de ese modo, lo que ocurre en el Instituto Nacional es un secuestro, todavía más nítido. Un grupo de estudiantes exige que se cumplan ciertas condiciones y para eso tienen tomado el colegio e impiden que sus compañeros puedan ejercer su libertad para estudiar.
Y si ya estamos en esto, podríamos ir un poco más lejos y plantear que si un grupo de legisladores decide parapetarse en el Congreso para evitar que de allí no entre ni salga ninguna ley, o que ni siquiera se discutan, estaría actuando con los modales de mi amigo el “Estocolmo”.
Es lo que veo en un sector de la oposición. Como que no toleraran haber perdido la elección presidencial. Y entonces en vez de jugar al juego, prefieren patear el tablero. En vez de discutir, optan por taparse los oídos, cerrar los ojos y decir fuerte “¡lero, lero, lero!”, para que nadie pueda escuchar lo que quiere decir el interlocutor.
O también pueden llevarse la pelota para la casa. Para la que sienten que es su casa: el Congreso, donde tienen la mayoría y pueden hacer lo que se les da la gana. Y si el Gobierno insiste en tratar de jugar el partido allá, de visita, es difícil que gane. Aunque logre ir ganando el partido: a último minuto puede aparecer mi amigo el “Estocolmo” y dar por terminado el asunto sin que se pueda siquiera votar.
Eso es lo que ocurre cuando uno tiene el gobierno, pero no el poder. Opino que por ahí tiene que buscarle la vuelta el Gobierno. Porque quizás “los poderosos de siempre” no sean los que suponíamos.