Esta noche, el Presidente de la República realizará su segunda cuenta pública a la nación. Más allá de la rendición de cuentas sobre lo efectuado y los desafíos aún por abordar, así como de los eventuales anuncios que pueda realizar, aspiraría a que este hito pueda constituir una oportunidad para renovar y reorientar el tono del debate político y público.
Sería altamente deseable que la clase política, en general, abandone la lógica de las trincheras, el tono belicoso y golpeador de los últimos meses y se sume a otra forma de hacer las cosas, una más constructiva.
Y es que, en el último tiempo, la discusión política y el debate público, en general, ha estado excesivamente polarizado y orientado a situaciones más bien coyunturales. Si bien estas pueden tener un trasfondo relevante, digno de ser estudiado para efectos de introducir mejoras o perfeccionamientos, lo cierto es que no ha sido ese precisamente el enfoque con el que se han analizado, prefiriéndose uno más bien golpeador y farandulero. Salvo honrosas excepciones de determinados actores políticos, o que influyen en el debate público, este se ha plagado de animadversión.
Así, el tono ácido, brusco y efectista que suele imperar en las redes sociales ha terminado desbordando esos foros para instalarse, sin mayor reflexión sobre lo adecuado o no de aquello, en el Congreso Nacional, en las discusiones que se dan en los medios de comunicación y en la forma de hacer política. En esta era de la inmediatez y de la impaciencia, da la sensación de que algunos actores del quehacer público están permanentemente buscando sacar ventaja de una determinada situación. Ante ello, generalmente reaccionan con la mayor premura, aun cuando no siempre es con mesura, recurriendo rápidamente a la cuña destemplada.
Desafortunadamente, ese tipo de reacciones ha logrado acaparar la atención de ciertos medios que terminan por hacer de esa cuña la “agenda de la semana”, y entonces quedamos entrampados en este ambiente, que en nada aporta a un debate más reflexivo y de contenido. El problema con esas fórmulas cortoplacistas, efectistas y un tanto pretenciosas para enfrentar las cuestiones de política pública o de gestión presentes en el debate, es que le restan seriedad y acrecientan artificialmente las diferencias, alejándonos de los equilibrios y, en último término, de la sensatez con la que los ciudadanos esperan que la élite gobernante aborde estos asuntos. Además, no permite o dificulta que se reconozcan oportunidades de acuerdo en materias tan importantes para el país.
Los que se atreven a buscar puntos de encuentro, terminan siendo amenazados y maltratados por quienes prefieren ejercer su rol desde los extremos y buscan que el debate se mantenga de esa forma. La esfera pública queda así permanentemente reservada para la pelea constante y los extremos vociferantes.
Si bien la polarización del debate puede producir algunos réditos personales para quienes lideran esta tendencia, la verdad es que en el mediano y largo plazo solo contribuye a generar un clima enrarecido. En este escenario, crecen las desconfianzas entre los pares y la de la ciudadanía, que mira con recelo y desprecio a la clase gobernante que no es capaz de encontrar puntos de acuerdo y parecieran más ensimismados en sus propias agendas. Ello genera, o puede generar, diversos problemas de cara al buen funcionamiento de la democracia y las instituciones, y puede terminar por sembrar el terreno para el nacimiento de caudillos, con los resultados que, sabemos, ello tiene. La sensación de pesimismo y estancamiento que ello conlleva le hace mal al país, afectando las posibilidades de lograr la meta del desarrollo integral.
Por todo lo anterior y los riesgos que involucra, es muy relevante que cuidemos la forma y el fondo respecto de cómo se dirigen y llevan a cabo los debates públicos. El ejercicio de la política y el poder participar en el debate público, desde distintas esferas, es un privilegio, pero también es una gran responsabilidad. Ello nos impone el deber de no azuzar y alimentar consignas y de poner límites y restricciones a la falta de templanza. Debemos salir de ese espiral desafortunado en que hemos caído, y ayudar a generar un clima más propicio para avanzar. No se trata de ser complacientes y conformistas, sino de manifestar las críticas de un modo constructivo, de no caer en caricaturas absurdas y de reconocer las bondades en la propuesta ajena. En el fondo, se trata de volver a entendernos bajo el principio de la buena fe.