Violeta y Agustina se reencuentran en Ushuaia cuando Violeta regresa de un viaje a la Antártica. Luego de satisfacer con efusión su postergado deseo sexual, deciden emprender un viaje por la costa patagónica argentina hasta Puerto Madryn, donde nadarán a sus anchas. Así descrito, el propósito es un poco pueril, pero esa misma noche empieza a cambiar, cuando conocen a una joven que las ayudará a patear a unos hombres insolentes y luego se les unirá en un ardiente trío sexual.
El trío se va incrementando a medida que avanzan en un furgón robado, lo que les permite disolver toda idea de pareja y gozar en grupo: orgías lésbicas, para decirlo en breve. Entonces, ¿se trata de una película pornográfica? Si la pornografía se define todavía —y esto hace ya tiempo que es materia de discusión— por la exhibición de genitales en actos sexuales, sí lo es, sin duda. En los 111 minutos de metraje hay abundancia de coitos,
cunnilingus, orgasmos,
squirts, masturbaciones y penetraciones con dedos, dildos y lenguas.
Pero esta es una película que pretende desafiar en algún grado la definición de pornografía. Violeta, que funciona también como comentarista en
off, dice que se propone filmar una película porno. Y reflexiona: “El problema nunca es la representación de los cuerpos; el problema es cómo esos cuerpos se vuelven territorio y paisaje frente a la cámara”. Y esto otro: “¿La pornografía es solo la objetivación de los cuerpos? Si la subjetividad de esos cuerpos no es destruida, ¿dejan de pertenecer a ese género?”.
La verdad sea dicha, estas sentencias traslucen una comprensión muy limitada del fenómeno pornográfico, por no decir que son meros retruécanos. Lo que está en acción no es esa definición, sino el hecho de que la película sea dirigida por una cineasta de prestigio afianzado en Argentina —autora de
Los rubios, un impresionante documental sobre sus padres detenidos desaparecidos—, lo que amplifica el efecto de provocación, tal como han hecho Lars von Trier y Virginie Despentes en Europa. Más cerca de esta última, Albertina Carri quiere proponer una militancia agresiva lesbo-feminista. Y algo ha logrado, porque en el Bafici del año pasado fue premiada como la mejor película argentina y la crítica bonaerense consumió ríos de tinta forzando sus interpretaciones, todo lo cual tiene el sabor de esos entusiasmos que después de un tiempo se recuerdan con cierto rubor.
Aun así, hasta sus apologistas han tendido a admitir que en
Las hijas del fuego —un título tomado de un libro de relatos de Gérard de Nerval, aunque este autor del siglo XIX exploraba, más bien, en los bordes de la locura— hay más carne humana que seres humanos, más tiempo de sexo que de personajes y más narcisismo autoral que odisea lesbiana.
Como suele ocurrir con los manifiestos fílmicos, lo que está un tanto ausente es el cine.
Las Hijas Del FuegoDirección:
Albertina Carri.
Con: Disturbia Rocío, Mijal Katzowicz, Sofía Gala Castiglione.
111 minutos.