Los políticos discuten sobre centralismo a propósito de los futuros gobernadores regionales. Dan palos de ciegos. En Chile, el Ejecutivo ha sido históricamente muy controlador de todas las autoridades políticas, incluyendo municipalidades, aunque sin intervenir en la actividad de las personas. Pero desde hace casi un siglo, además, se ha venido desarrollando lo que hoy llamamos centralismo, estatismo y presidencialismo. No constituyen otra cosa que tres caras de la misma moneda (valga la metáfora).
El centralismo no es Santiago a secas. Su núcleo es el eje Alameda-Providencia-Apoquindo-Las Condes. Un segundo anillo lo forman las comunas donde vive la gente que rige las actividades que allí se desarrollan: La Reina, Ñuñoa, Santiago, Providencia, Las Condes y Lo Barnechea. Las demás comunas son como regiones grises y botadas, salvo algún alcalde que les disminuye algo esta ausencia. A las demás regiones del país les queda poco más que el pintoresquismo de sus paisajes y diversidad de gentes. El nuevo ente para el 4% adicional de la previsión es otra gran muestra de centralismo, como toda repartición pública.
El estatismo se aplica principalmente a la interferencia y discrecionalidad en la actividad económica, que frenó al país desde hace noventa años y nos transformó en subdesarrollados.
El presidencialismo no tiene sus raíces en la Constitución ni en las leyes. Se manifiesta en las doscientos cincuenta mil normas vigentes que abarcan todas las actividades de las personas y de la sociedad civil y que, además, les han ido dando a todos sus organismos crecientes y discrecionales facultades legislativas y jurisdiccionales. Esto ha disminuido correlativamente la trascendencia de los poderes Legislativo y Judicial.
Lo primero para descentralizar es que los políticos hagan bien hecha su tarea, para que su labor se traduzca en bienestar y facilidades para todos. La reforma tributaria de 2015 requirió de 60 páginas de Diario Oficial y de 50 circulares del director del SII para que rigiera: ¿quién legisla?, ¿y en qué ciudad está ese director? Necesitamos leyes sencillas, precisas y cortas, que abran camino a las personas y la sociedad, sin entorpecer ni pretender dirigir su labor y creatividad.
Para desatar estos duros nudos de nuestra institucionalidad hay que comprender los orígenes y las complejidades del problema. No es un asunto de derechas o de izquierdas. El centralismo es la compleja herencia de una historia tortuosa.