Deslumbra el indio británico Anish Kapoor con la famosa Puerta de la Nube (2004-2006), de Chicago, y con la menos conocida Turning the world upside down (2010) en la glipcoteca de Jerusalén. Allí, además, luce como la escultura más hermosa de ese museo al aire libre. Ambas obras recogen, monumentalmente, los cambios climáticos y las luces del día. Mediante otras dos esculturas de acero inoxidable, también hoy deslumbra Kapoor en las salas de Corpartes de Santiago. Se trata de trabajos abstractos en ese metal pulido a la perfección, cuyo brillo particular y cuyas superficies convexas y cóncavas reflejan el entorno con especial fidelidad, logrando distorsiones asombrosas de las figuras del entorno, a través del juego de curvas entrantes y salientes. Rescata, pues, aquellos viejos espejos deformadores, ahora refinados, enriquecidos y decantados en arte genuino. Constituyen volúmenes muy simples y esbeltos. Primero está “Doble vértigo” (2012): dos planchas, curvadas hacia los lados y levemente hacia arriba, dispuestas paralelas. El espectador penetra entre ellas o bien las rodea por afuera. Tanto el entorno arquitectónico, como los visitantes pasan a formar parte cambiante de la obra. De similar acero, “No objeto, puerta” (2008) resulta un paralelepípedo rectangular puesto en sentido vertical. Sus cuatro caras se revisten de notable ambigüedad visual, esfumándose la certeza de establecer la precisión de sus ángulos rectos en las esquinas y, sobre todo, en sus superficies aparentemente planas.
Asimismo, un tercer trabajo mostrado en nuestra capital nos parece extraordinario. Y, esta vez, impregnado de un sentido trágico y ritual muy fuerte. De grandes dimensiones y compleja factura, “Svayambhu” (2007) consta de hondas huellas paralelas de rieles que avanzan a todo lo largo de una plataforma baja. Detenido sobre ellos, un macizo volumen rectangular —asociable a un arquetípico vagón ferroviario— aparenta haber recorrido con mucha frecuencia el camino hasta el muro que lo finaliza. Además, durante esos viajes el paso de su masa ha afectado la integridad de cinco dinteles arquitectónicos. Sin embargo, el meollo de esta escultura y de los retazos arquitectónicos —todo ello abstraído desde lo reconocible, es el hallarse empapados por entero con cera roja—. Esta, no solo cubre las superficies, sino que se desintegra en grumos dispersos sobre la vía, manchando afrentosamente los dinteles, impregnando el paralelepípedo protagónico y, por último, cubriendo el muro final. El efecto de sangre, de carne humana desgarrada y todavía palpitante se impone feroz sobre la sensibilidad del espectador. En medio de este grandioso mensaje de muerte, quizá un detalle mínimo que pasa desapercibido podría convertirse en signo de esperanza: casi junto a la muralla terminal, el diminuto cuadrado sobre la vía todavía no saturado por el rojo, conserva la presencia natural de la madera.
“Disparando en la esquina” (2008-2009) conforma otra instalación con cera, pero que se despliega hacia la acción de arte. En efecto, consiste en un cañón gris, provisto de grandes balas circulares a un lado. Apunta al seno del ángulo recto que constituye el fondo del espacio ante él. Allí vemos los rojos de manchas y de restos diseminados de la cera disparada. Cada uno de estos tiros cabría interpretarse cual mensaje antibelicista, donde cada balazo significa cuerpos humanos masacrados. Como redondeada prolongación volumétrica del muro parece desprenderse una masa redondeada y asimismo blanca: “Cuando estoy gestando” (1992). Subraya su condición de escultura casi intangible una sombra gris. De la simplicidad extrema se consigue acá una expresividad máxima. Además, vista desde muy cerca, sus límites poseen una ambigüedad tal que escapa ante el ojo atento del observador; llega a ocultarse lo visible. En cuanto a “Dragón” (1992), consta de una agrupación de ocho rocas distintas, erosionadas por el agua. Están diseminadas de un modo que, por un instante, nos obligan a recordar vagamente el grandioso Siglo XX, de Beuys. Sin embargo, el presente trabajo apunta en una dirección muy diferente. Parecen más bien restos de una naturaleza convulsionada y no sobrevivientes de la catástrofe de una civilización. La sensación de que flotaran conduce a relacionarlos con los icebergs desprendidos de un ventisquero. Entretanto, su coloración azul cobalto oscuro les otorga cierto efecto visceral y enigmático, capaz de traducirse en su propio título.
Con la anulación de la materia se relaciona “Vacío” (1993). Si geometría elemental aparece a primera vista este amplio cuadrado negro, basta detenerse para apreciar la complejidad de su no color. Desde luego, actúa sobre la blancura de la pared haciéndola irradiar con vigor sensorial; al mismo tiempo, varía desde el punto desde donde se lo mire: frontal alcanza a adquirir atributos de cavidad, de costado lo vemos colgar bastante separado del muro. Muy próximo al diseño industrial, “Órgano” (2012-2019) se halla compuesto por una parte al aire libre y por una segunda que baja bajo el suelo, también visible.
Surge
Ocasión excelente para conocer y admirar a Anish Kapoor
Lugar: recintos de Corpartes
Fecha: hasta el 8 de septiembre