Estimado lector, pertenezco a una legión de hombres y mujeres libres que voluntariamente hemos decidido militar en un partido político. Somos, de acuerdo al último informe del Servel, más de medio millón de chilenos. Esto es producto de una buena política pública, cual fue el refichaje que permitió sincerar la militancia partidaria.
De acuerdo al mismo informe del Servicio Electoral, más de 600 mil chilenos no se reficharon ni renunciaron a su respectivo partido político, quedando en una situación transitoria que la propia ley le coloca plazo. Somos los militantes un número importante en todo el arco político chileno; sin embargo, pertenecemos, en tanto a partidos, a una de las instituciones más poco confiables y creíbles de la sociedad chilena, compitiendo en los últimos lugares con el Parlamento.
Esta mala evaluación, persistente en todas las encuestas en los últimos 15 años, obedece inequívocamente a múltiples factores, pero, que duda cabe, que uno de ellos es de nuestra propia responsabilidad. En mi opinión, los partidos han tendido en su pérdida de prestigio ciudadano, ante sus crisis orgánicas, disciplinarias y de representación objetiva y clara de los diferentes sectores que integran nuestro país.
Sin militancias no hay partidos, y sin partidos políticos no hay democracia. Cuando lo anterior ocurre, ese espacio de poder alguien lo ocupa, algún dictador personalista y caudillesco, y/o la dictadura de un partido único. Por lo anterior, es fundamental revalidar la militancia y su compromiso, coherente y transparente con aquellos sectores de la sociedad que de acuerdo a su visión de mundo, están obligados a representar y a canalizar sus demandas e inquietudes en el sistema institucional del país.
El sentido común actual, derivado de una cultura individualista y de mercado, se sostiene en la crítica a la militancia y a los partidos, y no se entiende ni comprende que puede haber más de medio millón de chilenos que voluntariamente destinan parte de su tiempo y su actividad privada a representar, proyectar y plantear soluciones al conjunto de la sociedad. Ser militante hoy es no estar en la moda vigente que privilegia el “metro cuadrado” y que de la puerta de la casa hacia la calle, el destino de los otros me sea indiferente; contra lo anterior hay que luchar.
Esta lucha, en primer lugar, debe demostrar que el interés prioritario del militante es el bien común y no su propio bien, debe estar al servicio de los demás y no a su propio servicio, y lo anterior hay que demostrarlo día a día, semana a semana, mes a mes y año a año. Lo que más aleja a la ciudadanía del militante y el partido es cuando esta percibe el abuso, la soberbia y la prepotencia del mal militante, cuando también observa por las conductas que algunos militantes ingresan a un partido para un proyecto de beneficio personal y no para un proyecto colectivo.
Hoy día, el partido político en el cual milito hace 31 años, el Partido por la Democracia, celebra su cuarto congreso ideológico y/o doctrinario de su historia. Lo aprecio como una oportunidad para iniciar el camino de recuperación de confianza con aquel 10% de los chilenos, hombres y mujeres, que en promedio, desde hace 31 años votan por nosotros en los municipios, en los gobiernos regionales, en la Cámara de Diputados, en el Senado y también en una oportunidad, en la Presidencia de la República, me refiero en este caso a Ricardo Lagos Escobar, el único Presidente posdictadura cívico-militar de derecha, que ha gobernado el país.
Somos un partido realmente existente a pesar de nuestro mal resultado en la última elección de diputados. Constatar lo anterior significa que el PPD tiene más de 200 concejales, más de una treintena de alcaldes y alcaldesas, más de una docena de consejeros regionales, 7 diputados y 8 senadores. Nuestro desafío en los próximos eventos electorales es aumentar la representación mencionada en todos los ámbitos de participación democrática y para lo anterior, es fundamental recolectar con aquella parte de la sociedad chilena que nos interesa representar. El PPD debe ser vanguardia, como lo ha sido en algunos casos, en los temas emergentes, pero también en los temas permanentes que conflictúan a la sociedad chilena.
Tenemos que ser junto a otros los que luchamos por la más amplia libertad individual en materia valórica, como lo hicimos en la Ley de Filiación, en la Ley de Divorcio, en el Acuerdo de Unión Civil, en el fin de la censura y en el aborto terapéutico en tres causales. Nos quedan pendientes en este tema el matrimonio igualitario con adopción y el proyecto de eutanasia.
Debemos, junto a otros, los que luchemos por la agenda de género del movimiento feminista, los que luchemos por el respeto al medio ambiente, con el movimiento ecologista, los que luchemos por los principios, la reivindicación de los pueblos originarios, los que luchemos por los temas del futuro.
Todo lo anterior, definidos como temas emergentes, sin olvidarnos —una vez más lo repito— de los permanentes. En este marco debemos ser, junto a otros, los que luchemos defendiendo al 92% de los trabajadores que no negocian colectivamente; al 80% de los trabajadores que no está sindicalizado; a los 2.600.000 pensionados que reciben una pensión promedio, a la fecha de hoy, de $259.000; a las 450.000 familias que no tienen vivienda; a las 80.000 familias que aún viven en campamentos; al 80% de los chilenos que está en Fonasa; a una educación que cubre al 93% de matrícula que está en básica y media, y que depende del Estado; a fortalecer los gobiernos regionales, y a robustecer a más de 300 municipios que hoy dependen del fondo común municipal. Si hacemos todo lo anterior hablando fuerte, claro y siendo coherentes, consistentes y transparentes, es el único camino para recuperar la confianza ciudadana.
Sin militantes no hay partidos, sin partidos no hay democracia.
Para grados crecientes de libertad, tiene que haber un piso mínimo, civilizatorio de igualdad.
Esa es la tarea de hoy.