¿A qué dedican los arquitectos sus ensueños? Como toda disciplina, la arquitectura permea las percepciones y el intelecto de quienes la profesan, de manera que es imposible desentenderse de ella, al menos no desde el inconsciente. Si es genuina la vocación, no podría ser de otro modo. El conocimiento es una cosa viva que se nutre de la permanente observación y experiencia, y la constatación de las intuiciones, la construcción de las certezas, el marco teórico propio para explicar el quehacer que le da sentido a la existencia, es una fuente inagotable de satisfacción. El arquitecto transita por la vida reflexionando sobre la naturaleza humana, tanto desde su condición gregaria, que está en el origen y evolución de las ciudades, como desde los actos corporales, que explican muchos de los principios de la arquitectura, incluidos los de la belleza y el bienestar.
Se reconoce, pues, al arquitecto en su tiempo libre, porque en lugar de caminar por la calle atento a lo inmediato, camina por la ciudad mirando hacia arriba, absorto en lo lejano, aquilatando siluetas de edificios, sondeando perspectivas, oteando horizontes. Se le reconoce también en algún recinto por divagar evaluando estructuras, soluciones constructivas, materiales y colores, por admirar e interpretar los detalles ornamentales que siempre revelan el carácter y humor del invisible diseñador. Hay quienes se dedican a las Bellas Artes, más de alguno a la fotografía edilicia y urbana, que también es una forma de hacer arquitectura. Hay quienes se dedican a dibujar arquitecturas de papel, abstracciones que no tienen por destino materializarse, sino brillar con la luz propia de una bella composición y un bello dibujo, inteligible en todo su potencial, tal como un músico plasma en el papel aquello que podría algún día ser oído, y que cualquier otro músico puede escuchar en su mente al leerlo. Magníficas arquitecturas de papel fueron, por ejemplo, las que crearon los arquitectos soviéticos que quedaron desempleados y censurados tras las purgas del régimen, y que así continuaron por décadas ejercitando su vocación.
Tengo, entre mis pasatiempos, gracias a la bonanza de fotografías satelitales que acompaña nuestra época, el analizar plantas urbanas de todo el planeta y deducir los orígenes de las ciudades y su transformación en el tiempo. Es que la persistencia de un trazado urbano es algo increíble. Puede resistir guerras, cataclismos y el paso de eras completas. Son radiografías que revelan al ojo entrenado capa tras capa de sucesos históricos, al tiempo que establecen las constantes de la memoria colectiva de una sociedad. Pienso en los trazados romanos que sobreviven en los centros históricos de gran parte de Europa y, cómo no, en las Leyes de Indias que gobiernan nuestro espacio público hasta hoy. Pienso en el Camino del Inca que todavía atraviesa, orgulloso, por el corazón de Santiago, como para recordarnos de dónde venimos.