La expresión “nuevo” tiene siempre una cierta atracción. En contraste con lo viejo, lo nuevo parece estar lleno de frescura, de vitalidad, de juventud. Nos gustan las cosas nuevas y las valoramos casi inconscientemente como si fueran poseedoras de un “algo” que en sí mismo las validara. Esta lógica nos ayuda a comprender la enseñanza del mandamiento nuevo que nos entrega Jesús: “que se amen unos a otros como yo los he amado”.
¿Dónde está la novedad? La novedad está en que este mandamiento tiene un rostro, una forma y un estilo que se lo proporciona el mismo Jesús. El Señor quiere que sus discípulos vivan el amor a modo de entrega total como rasgo distintivo de sus vidas; que sean activos anunciadores de un amor que llena la vida y transforma la historia; que las obras de misericordia sean la Carta Gantt de los cristianos.
Resulta esencial subrayar ciertos rasgos de esta novedad del amor de Jesús. Lo primero, quizás la clave maestra, es que su amor supone la donación de la vida misma por los demás. El “modo” de Jesús es la entrega total y sin medida hasta el precio de sí. El Señor, para amar, no entrega “algo”, sino que se entrega a sí mismo y en plenitud. No hay egoísmos ni se guarda algo ni vive una donación “dosificada”, ni calcula “cuánto”, sino que simplemente lo da todo. Ahí se ve una clara novedad.
Pero este amor de Jesús también es perdón y misericordia. En efecto, Cristo regala un amor que se traduce en actos concretos de perdón. El mismo Señor exhorta a perdonar setenta veces siete y da el ejemplo perdonando a tantos: a Pedro, a la adúltera, a los que lo traicionan, etc.
El perdón y la misericordia están en el ADN del mandamiento nuevo y representan un modo original de Jesús que revoluciona su época y la nuestra.
El amor de Jesús también es en “modo” servicio, en “salida” de sí mismo para los demás. La Madre Teresa de Calcuta solía decir que “el fruto de amor es el servicio”. Y esto tiene su origen en que en el servicio se manifiesta el afecto que tenemos al hermano a quien queremos dar lo mejor de nosotros; pero también expresa que estamos centrados no en nosotros mismos, sino que en los demás.
Con este marco es bueno preguntarnos cómo y de qué manera estamos viviendo nosotros este mandamiento nuevo. Santa Teresa de Ávila decía “obras son amores y no buenas razones”, porque el amor es concreto, se nota y se expresa vitalmente.
Por ello la vivencia de este mandamiento nuevo debe encontrar en nuestra vida hechos concretos más que discursos. En el perdón, en la caridad, en la misericordia, en el compartir los bienes, en la donación de la misma vida se expresa esta novedad. En último término, se tiene que notar que estamos haciendo el camino del amor hasta el precio de si.
El mandamiento del amor transforma y hace nuevo todo. Como señalaba San Agustín “es este amor que nos renueva, haciéndonos hombres nuevos, herederos del Testamento nuevo, cantores del cántico nuevo”. Si el amor hablara, podría hacer suyas las palabras que Dios pronuncia en la segunda lectura de hoy: “He aquí que hago nuevas todas las cosas”.
“Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”.
(Jn. 34-35)