Fue como el penúltimo capítulo de la serie “Juego de Tronos”, que provocó cierta desilusión, porque no se dieron las peores cosas, es decir, cuestiones como secuencias horripilantes, finales cruentos y personajes en la picota.
Nada de morbosidad ni imágenes extremas y el clásico fue terriblemente normal. En el promedio, la medida justa y los mínimos comunes denominadores, pese a la política del juegue juegue, que se traga faltas evidentes, injusticias notorias y un montón de suciedades.
Fue un empate a 1 y en el final y pese al derechazo y expulsión de Ángelo Henríquez, primaron los abrazos postreros entre jugadores y colegas que en el epílogo se mostraron los dientes, pero en plan sonrisa.
Todos quedaron más o menos conformes y con el alivio de que el partido ya pasó y nadie perdió. Podría haber sido mejor, sin duda, para Universidad de Chile, y menos para Colo Colo, pero también podría haber sido peor para ambos. Así que un punto vale, incluso con el diminutivo de un puntito, porque los equipos grandes también se empequeñecen.
Ni siquiera cuando los de la U quedaron con diez hubo tragedia, se las arreglaron de lo más bien con la autogestión y la iniciativa grupal: tú por allá, tú por acá, yo donde mismo y don Alfredo Arias sigue gritando desde lejos al que lo escuche.
Mario Salas y su equipo de manos derechas, después de un gol de su equipo, se abrazan incluso más que los propios jugadores y saltan en racimo, lo que demuestra que el trabajo técnico es intenso y hasta dramático, pero es una buena pega.
Una moneda voladora, probablemente, acertó en la cabeza de alguien, pero ese alguien no era protagonista en la cancha, sino actor secundario de los bordes. Un fotógrafo, dicen, y eso no vale y no hubo escándalo.
Esteban Paredes, de acuerdo al clima, quedó tal cual.
Brayan Cortés, en algún instante, dejó de mascar chicle, a lo mejor se lo tragó, dicen que eso hace daño porque se pega en las placas y cañerías interiores, así que lo recomendable es que los porteros no salgan a jugar con un chicle en la boca. Es por su salud y es por educación.
Fernando de Paul, las cuatro veces que cortó centros por alto, tranquilizó a las huestes azules que cuando cantaban más fuerte que nunca lo del vamos leones, sufrieron el gol del empate, para musitarles al oído lo que ya saben: el campeonato no es fácil y la vida tampoco.
Johnny Herrera agazapado detrás de un arco, jockey, enfundado en un chal ligero, anteojos oscuros, silencioso, cobijado entre fotógrafos y parapetado bajo un cartel publicitario. Por supuesto que lo pillaron. Era qué no. Lo enviaron al lugar donde estuvo en el partido anterior: al túnel. El portero no se resistió y desde el túnel vio lo que vimos todos: un clásico terriblemente normal.