No diremos que “todo tiempo pasado fue mejor”: ha habido tiempos peores que estos. Pero sí se puede decir que antes la gente era más moralmente robusta y enfrentaba la vida y su última etapa, la muerte, con harta más entereza que hoy.
Sobre todo, había más humor para realizar el cambio de ambiente; que, al cabo, de eso se trata. Hoy las alharacas y aspavientos no tienen fin. Y, para no enfrentar la realidad, mandan al difunto una empresa donde lo evisceran, como merluza, y luego lo maquillan y recuestan en un cojín de raso, con la mejor sonrisa posible: nunca se había visto más contento. Después deslizan la
“chaise longue” hacia una puerta dorada, detrás de la cual lo calcinan y reducen a un ánfora ridícula que se vuelve, a poco andar, un estorbo.
Recordamos a aquella vieja francesa que, sacando cuentas, advirtió que no le quedaban días sino, apenas, horas de vida, y mandó llamar a la cocinera que, sentada con papel y lápiz en el borde del lecho mortuorio, comenzó a programar con todo cuidado la última comida de la moribunda en animada interconsulta con esta, que no quería renunciar a nada todavía. Y así salió el menú: sopa de cebolla, pero no gratinada, para no cargar la mano; lenguado
à la dieppoise, con porción extra de choritos;
poulet à la bonne femme, porque la vieja amaba los champiñones; bistec gruesecito
à la bordelaise, hecho con un
premier grand cru classé; ensaladas varias; cuatro tipos de queso; fruta y, para culminar,
baba au rhum con crema chantillí al medio y un rociado generoso de licor. Se omitió el café por el inconveniente del temblequeteo que, se suponía, iban a presentar las manos de la vieja a esas alturas.
Todo comenzó bien: los platos fueron despachados en su orden, pero a la altura de los quesos, la vieja se sintió desfallecer y, con la poca voz que le quedaba, gritó: “Apúrense con el postre, que me muero”. No se murió, con todo. Y le bajó luego un delicioso sopor que los circunstantes, sin saber si aliviarse o llorar, interpretaron como muerte. Empezaron a correr muebles, a sacar bacinicas, cuando, de repente, se sintió una formidable explosión debajo de las frazadas. Abrió un ojo la vieja y dijo:
“Femme qui pète, n'est pas morte”.
Lenguado à la dieppoiseCueza filetes de lenguado en caldo de hortalizas (cebolla, zanahoria, perejil) con algo de jugo de limón. En el mismo caldo, cueza langostinos y choritos (hasta que se abran). Cuele el caldo. Reserve. Rehogue en abundante mantequilla champiñones de París rebanados. Espolvoréelos con un poco de harina, moje con caldo de cocción del pescado, un poco de vino blanco, sal, pimienta. Forme la salsa, que sea ligera. Agregue un poco de crema. Ponga los filetes en fuente enmantequillada para horno, rodéelos con mariscos, bañe con salsa. Gratine 5 minutos.