Muchos analistas lo venían anticipando, pero es distinto cuando el desborde ya inunda todos los intersticios del paisaje político. El orden que brotó de la experiencia de la dictadura, que cristalizó alrededor de las opciones binarias del plebiscito de 1988, y que perduró por casi 30 años, está definitivamente muerto y enterrado. Los sucesos de los últimos meses así lo han confirmado.
Miremos primero lo que ha venido ocurriendo en el campo de las fuerzas ajenas al Gobierno. Lo más dramático fue la aprobación de la idea de legislar sobre el proyecto de reforma tributaria del Gobierno por la bancada democratacristiana, lo que había sido precedido meses antes por la aprobación transversal de la ley Aula Segura. En los últimos días, sin embargo, esta tendencia a la desaglomeración se ha acentuado. Así hay que interpretar la declaración de un selecto grupo de economistas de centroizquierda, todos con una destacada trayectoria en la academia y el servicio público, indicando que la reforma laboral del Gobierno no significa una precarización del trabajo —como se ha señalado desde su campo político de referencia y las organizaciones sindicales—, pues podría mejorar al mismo tiempo la productividad y la calidad de la vida laboral. Casi al mismo tiempo, el Presidente Piñera invita a La Moneda a los integrantes históricos de Cieplan, entre ellos numerosos exministros de la Concertación, desde donde Alejandro Foxley, su figura más emblemática, llama a la oposición a discutir la reforma de pensiones planteada por el Gobierno. A esto hay que sumar lo que sucedió hace algunas semanas, cuando los diputados de oposición se dividieron —y en el caso del PPD, se rebelaron contra la posición oficial de su presidente— y en su mayoría votaron en contra del TPP, tratado que fuera propuesto por la administración Bachelet.
Eso por el lado de la oposición. Pero en el campo contrario también se cuecen habas. Prueba de ello fueron los diputados oficialistas —calificados de “traidores” por una de sus colegas— que se sumaron a la oposición para validar la adopción por parte de familias homoparentales y homomaternales, rechazando la postura del Gobierno tendiente a priorizar el “rol de padre y madre”. Lo mismo sucedió en la comisión de Salud de la Cámara: con el voto a favor de un diputado de RN, esta aprobó una indicación resistida por el oficialismo, que permite que los pacientes puedan optar a la eutanasia a partir de los 14 años.
El virus del desalineamiento, por lo visto, no reconoce fronteras y se disemina en las huestes opositoras y de gobierno. La época de los bloques monolíticos y de las coaliciones estables y disciplinadas es cosa del pasado.
Lo que estamos viendo en la política no es diferente de lo que vemos en la sociedad. Hemos entrado a una nueva era, donde las convicciones, las ideas, las verdades científicas, las organizaciones y los liderazgos se han vuelto más líquidos, porosos, flexibles, mutantes; una era donde hay que estar más atentos a los quiebres que a los patrones, a los accidentes que a la regularidad; una era donde se fraguan coagulaciones inesperadas y se gestan alianzas inverosímiles en torno a convergencias específicas.
Aunque su conducta es un tanto errática, el Presidente Piñera parece comprender esta nueva era. Lo mismo el alcalde Lavín, que en esta se mueve a sus anchas. La centroizquierda, en cambio, apegada a las configuraciones enraizadas en los rígidos dilemas del siglo 20, la mira como una atmósfera hostil y pasajera. Por lo mismo, en su campo no emerge —ni deja que emerja— un liderazgo que responda a los nuevos tiempos, a la era del desalineamiento. Sin una figura de este tipo, me temo, mejor que se olvide de volver al poder.