Después de las semifinales de vuelta de la Champions League, con equipos ingleses en plan de hazaña y ya instalados en la finalísima, Liverpool frente a Tottenham, lo que queda es un vacío cósmico.
Esto es sin exagerar, pero esos partidos alumbraron lo infinito del fútbol, donde siempre habrá planetas por encontrar, resultados inexistentes, fórmulas desconocidas, vías ilimitadas y tantos soles nuevos como agujeros negros pendientes.
Al universo del fútbol se ingresa joven y se sale viejo, primero aventurero y luego experimentado astronauta; desde el polizón poco educado hasta el cosmonauta con tantas lunas de oficio.
Todos los viajeros responden a su destino y porque poseen inteligencia y trabajan para el progreso, lo ven y estudian y lo estudian y ven. Por supuesto que sí y por eso las estrategias varias y las tácticas renovadas, para conservar centenares de partidos, conservarlos en barbecho, almacenarlos en discos duros y fragmentar jugadas y jugadores. Y para eso la nomenclatura, la técnica, el organigrama y toda la ciencia del mundo.
Pero el fútbol, cada cierto tiempo, mueve sus placas, pone en su lugar a los viajeros y los revela como peones, porque es muy grande su océano y muy pequeña la barca de cada viajero, según el ancestral dicho irlandés.
Esos partidos de la Champions League fueron un cementerio para los poderosos profetas que daban una llave cocinada y arrobada. Terminaron fritos.
Y fueron un camposanto para los finos expertos que cantaban loas sin cesar y quedaron con los versos incrustados en la garganta.
El fútbol se resiste.
Expulsa a la academia, demuele las probabilidades y no tolera dominio humano alguno. Se resiste a ser controlado, momificado y disecado y sigue indomable y misterioso.
Ni fórmulas ni laboratorios ni diseño ni autopsia alguna.
Se resiste a convertirse en hoja de cálculo, pizarra, mapa de probabilidades y pasto de estadísticas.
No quiere ni rombos ni numerología ni sortilegios.
El fútbol, en su infinita sabiduría, desgrana a los doctores de la ley y convierte a los sabios en buenos salvajes.
El viajero se interna en el universo del fútbol y en ese cielo ancho de noche ajena, se empequeñece y encuentra su primera condición: la de peregrino.
La de romero que un día nace, crece, mira, pasa y desaparece mientras el fútbol permanece y proclama que en el fondo de la condición humana hay un pobre diablo temeroso e ignorante con los días contados.
No está demás recordarlo y repetirlo con humildad y agradecimiento.
Lo único divino es el fútbol.