Ver a dos personas con superpoderes pelearse entre sí provoca miedo y depresión. Es lo que deben sentir los niños cuando observan a sus padres discutir con rabia.
Es lo que sentimos muchos cuando hace un par de años vimos la película “Batman versus Superman”. Era desilusionante mirar a dos de los justicieros más queridos intentando destruirse mutuamente.
El filme era presentado así: “Temiendo las consecuencias que las acciones de un superhéroe con poderes casi divinos podrían ocasionar si no están supervisadas, Batman viaja a Metrópolis para confrontar a Superman, mientras el mundo lucha con la interrogante de qué tipo de héroe realmente necesita”.
Es una frase que parece redactada para el Chile de hoy.
Recordé esa película esta semana, cuando vi a lo que ha llegado la “crisis de los fiscales”. Hemos sido testigos de cómo los encargados de perseguir el delito están envueltos en una guerra intestina para liquidarse los unos a los otros.
Todos sabemos que los fiscales tienen superpoderes: pueden mandar a la policía a hacer allanamientos, intrusiones o detenciones, tienen acceso a información privilegiada y poseen redes con periodistas para detonar filtraciones. Y hoy una filtración puede ser letal para la reputación de una persona.
Ante nuestros ojos, unos fiscales han usado sus superpoderes para dañar a otros fiscales. Se han allanado mutuamente, han filtrado
e-mails y WhatsApp de conversaciones antiguas entre sí, se han enviado amenazas veladas.
Han invertido —queda a la vista— mucho tiempo y recursos en atacar y en defenderse de sus propios colegas. Y es obvio que esta dinámica lleva meses o incluso años.
Mientras tanto, en nuestra metrópoli (o en nuestra ciudad gótica, como prefieran), bandas de bribones, algunas sofisticadas, otras más vulgares (como esos tipos que ponen bombas y también nombres bobos del tipo “Intelectualoides Declinando a lo Silvestre”), se dedican a cometer delitos de manera impune.
Así están las cosas: nadie persigue a los malos, porque los superhéroes están ocupados y fatigados tratando de eliminarse.
En enero de 2017 le estalló literalmente en sus narices una bomba artesanal al entonces presidente de Codelco. Esta semana estuvo a punto de explotarle otra al presidente de Metro. Han pasado más de dos años, con otras explosiones de la misma banda entre medio. Y nada. El fiscal que investigó la primera bomba acaba de asumir un alto cargo en el Senado. Y las máximas autoridades de la Fiscalía Nacional están con las manos llenas tratando de separar a los fiscales adentro de la bolsa de gatos.
Ahora entiendo bien ese dicho que mandata que “entre superhéroes no deben pisarse la capa”.
¿Y qué hay de nosotros, los simples mortales, carentes de superpoderes? No nos queda más que esperar a que los superhéroes entren en razón y renuncien o recuerden que sus superpoderes son para perseguir a los malos.
La otra opción, como bien decía la película, ¡es que alguien los supervise!
Porque podría llegar el momento en que los fiscales, en medio de su extravío, decidan emprenderlas en contra nuestra, los pobres humanos indefensos.
Ahí sí que sería el fin de la historia, como escribió el profesor Fukuyama, que nos visitó esta semana.