La efervescencia política que se vive en España tras las elecciones recientes no parará hasta fin de mes, cuando se conozcan los resultados de las parlamentarias europeas y el PSOE pueda finalmente mostrar su capacidad para formar un gobierno. Liderar el partido más votado en un escenario de fragmentación política lleva a Pedro Sánchez a mover sus piezas del ajedrez político con más cuidado del que puso cuando, con audacia, se la jugó por desbancar a Mariano Rajoy, el año pasado, apoyado por el izquierdista Podemos y los independentistas catalanes. Ahora, no le valdrá el aventurismo, sino la responsabilidad de dar a España un Ejecutivo que asegure la gobernabilidad, tan difícil cuando no tiene mayoría absoluta en el Parlamento y sus opciones de alianzas son el populismo y el separatismo.
Esta victoria de Sánchez debe ponerse en contexto, uno en el que la recuperación del socialismo democrático vale porque demostró que jugar al centro rinde más frutos que extremar sus posturas hacia la izquierda para disputar votos a Podemos. En este sentido, el bajón que tuvo el conglomerado de Pablo Iglesias fue una comprobación de que los españoles ya no se sienten tan atraídos por proyectos radicales como los que postulaba, emulando a la Venezuela de Hugo Chávez, del cual el dirigente de “coleta” fue alguna vez asesor y admirador. El colapso del chavismo le jugó una mala pasada a Iglesias, quien a último momento quiso posar de “moderado”, tras haber hablado de una “España plurinacional”, a la manera boliviana, para acoger los separatismos. A pesar de que perdió 29 escaños, Iglesias puede felicitarse de que Podemos aún es clave para la formación de un gobierno de izquierdas, si bien Sánchez ha dicho que no los quiere adentro del gabinete... por ahora.
Si en la izquierda esperan ansiosos los resultados del 26 de mayo para definir estrategias de gobierno, en la centroderecha el panorama es más complicado. La división en dos partidos —Popular y Ciudadanos— y la emergencia de un referente de ultraderecha como Vox los golpeó en el lugar donde más les duele: perder la oportunidad de gobernar. Si Pablo Casado ha sido responsable de una estrategia político-electoral fallida o el desafortunado heredero de un desastre que venía remeciendo al partido desde el destape de los escándalos de corrupción, es algo que está en discusión. Lo cierto es que en pocos meses de liderazgo no ha podido terminar con las rencillas internas, ni parar las fugas hacia Ciudadanos, ni menos elaborar un proyecto que reencante al electorado. Con su nuevo lema de “Centrados en tu futuro”, quizás podrá recuperar espacios perdidos, pero lo probable es que, con el fin del bipartidismo, el PP tendrá que acomodarse a la nueva realidad de que ya ningún partido se basta a sí mismo. Casado tiene al frente a un Albert Rivera dispuesto a mucho para llevar a Ciudadanos al lugar que antes ocupaban los populares.