Escondida en un pequeño laberinto de calles cortas, ubicada a pasos hacia el norte de Alférez Real, la última sede del Taller 99 constituye el recinto ideal para mostrar grabados recientes de Ricardo Yrarrázaval. El lugar, presidido por una venerable impresora de mano, añade cajas iluminadas dentro de funcionales repisas que lucen su contenido. La exhibición nos permite asistir a un desfile de hombres de cabezas y rostros frontales, ya vistos de perfil o de tres cuartos, con o sin rasgos fisonómicos, de medio cuerpo o cuerpo entero, solos o acompañados, como siluetas fugaces o reducidos a esbozos que nos evocan pintura rupestre. Es de advertir, eso sí, que tales protagonistas no conforman el arquetipo admirable que el artista ofreció el año pasado en galería D21. Hoy sus actores emergen cual seres humanos de ánimo y personalidad acusados. La presencia femenina resulta, en cambio, muy escasa.
Al mismo tiempo, cabe destacar la manera cómo ellos están pintados. Así, los variados recursos de la gráfica digital decantan en las peculiares texturas como entretejidas, en los punteados e inversiones de imágenes, en huellas de impresión, en el uso de plantillas y de las riquezas del claroscuro con sus notables efectos volumétricos, en los sencillos y refinados acordes cromáticos. Se cuajan, pues, imágenes de una originalidad extraordinaria. Por otro lado, sorprende mucho la frescura creadora que exhala de cada una de estas láminas. No parecen provenientes de una autoría casi nonagenaria, sino de un artista en plena flor de la edad.
Unos pocos testimonios del pasado las acompañan. Desde luego, el dibujo de un desnudo femenino (1962), donde la fuerza de la línea acierta identificando a la modelo. También hallamos la reinvención de una de sus imágenes del ayer más características: la muchacha que se pellizca el brazo. Esa lámina añade el atractivo de recordarnos su fructífera etapa onírica. Y dentro de una mirada más global, observaremos la gradual evolución del autor, desde aquellos tempranos panoramas abstractos frente al mar hasta sus actuales y espléndidas esencias de lo reconocible. Con su presente exposición rinde, además, homenaje a Nemesio Antúnez en el sitio más adecuado, el histórico Taller 99.
Cordillera y mar
Una instalación presenta Ximena Izquierdo (1961), en la Sala Gráfica de Galería Patricia Ready. Como loa a las inmensidades de nuestro mar y de nuestra cordillera, constituye su protagonista una gran tela de tarlatana o velo de consistencia más rígida, impreso en serigrafía con una coloración ocre, verdosa y blanquecina. Aquí el textil se ofrece arrugado, lleno de pliegues dispuestos irregularmente, el cual puede considerarse tanto una alusión a la topografía andina, como a las ondulaciones interminables del oleaje agitado. Sobre el muro, una proyección cambiante de porciones del mismo personaje completa el meollo panorámico. Lo escolta, a cada lado, una fila de catalejos que entregan miniaturas fotográficas de dibujos con apariencia de bordados. Sus figuras, alternando ojos de pájaros y plumajes el doble de las veces, refuerzan la intención ecológica de la obra. Si a primera vista el conjunto luce armonioso, mayor detenimiento atenta contra la unidad conceptual entre las versiones marina y andina del paisaje y el intermediario empleado para destacar el ámbito zoológico.
No se puede negar que la fotografía con pretensión artística no logra liberarse, a veces, de sensacionalismos que la limitan. También la tendencia de muchos fotógrafos valiosos a quedarse con lo insólito, lo extravagante, en desmedro de la poesía, de lo universal del ser humano. Quizá las 52 láminas en formatos diversos del bávaro Thomas Hoepker (1936), que ocupan la sala principal de la misma galería de Vitacura, podrían reflejar, de alguna manera, lo antes anotado. Realizadas entre 1954 y 2017, retratan un verdadero caleidoscopio geográfico, incluyendo a Chile. Sin embargo, tres grandes fotografías sobre una misma temática bastan para elevar los quilates de la exposición entera. Nos referimos a las de 1966, que rescatan momentos del entrenamiento en Chicago del célebre boxeador Mohamed Alí, nacido Cassius Clay. Sin color, constituye una proeza el uso de un claroscuro difuso que evita cualquier extremo luminoso. Mediante él pinta la figura, transmitiendo el efecto sensorial de un sudoroso medio cuerpo en acción.
Méritos desiguales posee el resto de lo mostrado, donde ante todo se privilegia el contraste de situaciones. Algunas de las conquistas más interesantes: la fila de similares quitasoles japoneses, entre los que se entrometa uno occidental; el perro con cigarrillo en Manhattan; el hombre diminuto pintando la uña en un afiche gigante. Los desaprensivos paseantes a buen recaudo del desastre de las Twin Towers. No obstante, la imagen de la vieja caminante en medio de una nevazón las supera, si bien la insistencia en las líneas de encuadre se torna perjudicial.
Ricardo Yrarrázaval. Obra digital
Tecnología reciente al servicio del pintor
Lugar: Taller 99
Fecha: hasta junio
Este mar cordillerano, esta cordillera oceánica…
Instalación de Ximena Izquierdo con nuestro mundo territorial
Lugar: Galería Patricia Ready
Fecha: hasta el 31 de mayo