El cruce de la cordillera de los Andes en citroneta es un motivo recurrente en la narrativa de Alejandra Costamagna, que reaparece en este libro en un contexto distinto. O de otra manera. Porque la obra de Costamagna se asemeja a una escritura en espiral; asomarse hacia abajo desde la curva superior abre paisajes reconocibles, pero transfigurados por el trabajo de la creación. Como dijo en su ensayo
Cómo escribo, “la verdad de las cosas es que todo es ficción. Porque al mirarlo con los ojos del presente y escribirlo —al darle una trama y fragmentar el tiempo, al verbalizarlo—, ese pasado traído a la memoria, eso ‘real', se vuelve literatura”. La palabra como mediadora, como el intersticio entre planos donde se dibuja un espacio único y distinto. Ania, la protagonista, dice que “pensaba que las palabras tenían pliegues y estaban siempre en la frontera entre la carne y el mundo”. Desde esa frontera, Costamagna construye una historia, donde la relación con su biografía es lo menos importante, aunque ahí esté como soporte una mujer que escribe desde su pertenencia a dos países, Argentina y Chile, que cada tanto cruza la cordillera en citroneta para visitar a su gente, que vuelve sobre historias familiares y personales.
También es una novela sobre la migración. La abuela enfermiza que llegó desde Italia, el padre que emigró a Chile y llevó a Ania consigo, el progresivo arraigo de los italianos en otra geografía, la sensación de extrañamiento que puede producir ese cambio, y cómo esa historia mayor se imbrica en la experiencia personal. Para Ania, el último regreso a la casa de sus abuelos (ya a medio derruir), a acompañar la agonía del último miembro de su familia trasandina, gracias a los recuerdos y a los objetos y fotos que encuentra, “es como si hubiera estado conversando con todas las edades que una vez tuvo”. El relato salta de una edad a otra y se centra ora en Ania, ora en Agustín, Tinito, el tío al que acompaña en su agonía. Abunda también en otros rasgos propios de su narrativa, las referencias a animales, especialmente a los pájaros; y enriquece la trama con un surtido de materiales diversos, cartas, ensayos de dactilografía, fotografías. El resultado es una novela cuidada, que no cesa de cavar en el pozo insondable de la vida de una familia y remite a ese trabajo —que jamás termina— de saber cómo nos hicimos, antes de saber quiénes somos.
Alejandra Costamagna
Anagrama, Barcelona, 2018. 184 páginas.