El ejercicio del periodismo exige una cierta dosis de imaginación. A más de algún colega se le puede ir la mano y exagerar la medida. Y se ha sabido de más de alguno que llega a inventar. Condenable, por cierto.
Pero la dosis razonable es necesaria, especialmente si se trata de comentaristas. Por ejemplo, si un analista estima que el entrenador se equivocó y en vez de Pérez debió hacer entrar a Suárez, está haciendo un ejercicio de imaginación: se imagina, frente al teclado o al micrófono, qué habría sucedido si se hace el cambio que él sugiere. Puede exponer todos los argumentos que quiera, acudir a todas las estadísticas que se le ocurran y exponer toda su experiencia personal al respecto, pero todo seguirá ocurriendo en su imaginación. Y es esta característica la que nos diferencia de los demás animales, aunque tampoco está del todo claro. (Ya no se discute que el resto de los animales tienen inteligencia y emociones).
Ahora bien, somos imaginativos, condición necesaria ahora que ya hemos sido superados en nuestra capacidad de asombro y todo parece posible.
He hecho el ejercicio y he podido imaginarme, por ejemplo, que Arturo Vidal y Claudio Bravo pueden volver a ser inseparables compañeros en la Selección Nacional. ¿Por qué no? Total, ya Reinaldo Rueda convocó nuevamente a nuestro mejor arquero histórico y debe haber contado con la venia de Vidal. Y si Jorge Abbott tuvo el pase del senador Guido Girardi para postular a la Fiscalía Nacional, por qué el entrenador no iba a consultar al Rey.
He llegado a imaginarme en un gran abrazo a ambos (Bravo y Vidal) en algún aeropuerto.
También he imaginado, aunque con bastante esfuerzo debo confesar, a Marcelo Bielsa y a Sergio Jadue en un movimiento de recuperación competitiva internacional del fútbol chileno. ¿Imposible? Es lo que primero uno tiende a pensar. Hablamos de un tipo incorruptible, honorable, que es capaz de permitir un gol en contra para reparar una ventaja injusta (una real locura), junto a un sinvergüenza internacional que posterga eternamente una sentencia en Estados Unidos a cambio, posiblemente, de vender al mismísimo diablo. Pero ¿y si el testigo protegido ofrece un gran plan, se declara frenteamplista y renuncia al segovismo? Habría que ver, aunque se trata de una imaginación excesiva.
A propósito, también he podido imaginarme juntos a José Antonio Kast y a Florcita Motuda Alarcón. ¿En qué podrían unirse? En criticar, por ejemplo, el viaje de los hijos del Presidente Sebastián Piñera en la gira oficial a China. Kast ha dicho que “no hay manual que resista tanta torpeza cometida en un solo viaje”. Motuda no ha dicho nada, o sea que piensa lo mismo. Por algún acuerdo se empieza, por mínimo que parezca.
En suma, la imaginación es necesaria a los seres humanos. Pero tiene límites. Por ejemplo, cuando el lunes llegó mucha gente a la reunión de Blanco y Negro, unos con su biografía, otros con su currículum o con su prontuario, según el caso, hubo un límite.
Porque debo confesarle que nunca me habría imaginado ver juntos a Harold Mayne-Nicholls y Aníbal Mosa.