No basta con que quienes me conocen me saluden cuando nos encontramos, conozcan mi nombre, me pregunten por aspectos de mi vida, porque lo que buscamos y añoramos es ver en los ojos del otro signos que me hagan sentir que sabe quién soy.
Esto resume el sentir de muchas mujeres. Aun hoy, cuando el mundo ya se abrió para las mujeres en todos los campos, cuando la igualdad de género es un valor que ya nadie discute (al menos en público), la mayoría de las mujeres tienen esta extraña necesidad y añoranza de reconocimiento. No puede ser casual. ¿Será que lo han tenido en medidas muy avaras o no lo han tenido simplemente?
Saber quién es una persona con la que nos relacionamos es más que saber el nombre, que saber su profesión, que preguntar por los padres o hermanos o mandar cariños a los conocidos mutuos; más que saber es sentir. Y eso suele estar en el cuerpo del otro más que en las palabras. Sobre todo en los ojos. Cómo nos mira alguien nos conmueve, en el sentido de que nos mueve a sentir la acogida o la indiferencia, la cercanía o la distancia, el interés o la mera formalidad. Ser reconocida es ser vista.
Es doloroso ponerlo en palabras, pero muchas mujeres sienten que aun en las relaciones amorosas no son vistas. Lo fueron alguna vez en el enamoramiento inicial, pero con el tiempo pasan a ser parte de un inventario donde predominan la formalidad y el buen trato, pero no el reconocimiento.
Reconocer es saber cómo hacer feliz o herir a otro. Es tomar en cuenta la historia. “¿Por qué si sabe que eso me produce dolor lo hace?”, dirá alguna. Las respuestas pueden ser muchas, desde querer agredir consciente o inconscientemente al otro hasta olvidar cómo es y lo que necesita… porque lo dejamos de ver. De manera que el reconocimiento no es nada más que, como suele pensarse, una forma de alabar a otro. También puede serlo. Pero sin alabanzas, el reconocimiento es sobre todo dar señales de que sabemos quién es el otro. En un sentido general, banal, o profundo, según la relación de la que estemos hablando.
Las conductas no verbales son muy importantes. Por eso el énfasis en la mirada como forma de reconocimiento. Existo o no para el otro. Casi como Hamlet, “ser o no ser”, esa es la pregunta. El reconocimiento requiere de otro. Es un regalo. No se pide, solo se recibe de verdad cuando es genuino y gratis.