No sabemos —y quizás no lo sabremos nunca— cómo se gestó la reunión entre Reinaldo Rueda y Claudio Bravo en Manchester. Con el sigilo tan recurrente con que se toman las decisiones en la selección chilena desde hace una década, resulta complicado hacer una evaluación certera de las circunstancias que pueden haber cambiado para que el seleccionador decidiera finalmente dar el paso que postergó desde el momento mismo en que ambos se distanciaron tras la primera convocatoria.
La historia de ese quiebre ya está suficientemente revisada, desde todos los ángulos posibles. Desde las variables del liderazgo hasta las consideraciones familiares. Bravo volvió a los entrenamientos, por cierto, pero no ha sido convocado ni ha jugado un minuto por su club en lo que va corrido de este año, lo que transforma el diálogo y la eventual convocatoria en un acto de fe del colombiano, que solo podría explicarlo en virtud del liderazgo, la experiencia y la innegable historia que arrastra el portero, algo que en su momento no fue considerado.
Si el acercamiento se produjo solo cabe hacer, una vez más, abstracción de los motivos, algo que se ha hecho habitual para explicar algunas decisiones del cuerpo técnico. En otras palabras, no importan los por qué, sino solamente los hechos, por la pertinaz costumbre de no ahondar en las razones, sino solo en la falta de argumentos probatorios (¿recuerdan el teléfono en Houston, no?).
Reitero que no hay información alguna que avale el más drástico de los cambios en lo que va corrido del proceso —y hubo varios— por lo que el análisis pasa solo por conjeturas. Si es así, como en la saga de Los Vengadores que tanto éxito tiene en la pantalla grande, se reúne nuevamente al grupo original gracias a saltos en el tiempo, buena voluntad y un propósito mayor que se veía en peligro debido a la falta de nuevos actores. Si es así, la defensa de los logros quedará en manos de los mismos de siempre, con un nuevo timón, que aplicará la norma del “aquí no ha pasado nada”. Y si lo hubo, habrá sido por culpas ajenas, obvio.
Como en las películas, este final puede ser feliz, si es que lo que dicen que pasó, pasó. Y lo que puede pasar cuando todos se junten de nuevo, pase. Así son las películas de superhéroes.