Los socialistas de Pedro Sánchez ganaron ayer unas elecciones en las que se confirmó la fragmentación de la política española y la apertura de un nuevo ciclo que pone fin a los gobiernos monopartidistas de la etapa democrática y augura ejecutivos de coalición. La división se ha cobrado una víctima, el Partido Popular (PP), hasta ahora el principal de la derecha, cuya representación parlamentaria ha quedado reducida a menos de la mitad de los diputados que tenía (de 137 ha quedado en apenas 66).
No se confirmó el auge de Vox, el partido surgido a la derecha del PP, que defraudó las enormes expectativas creadas en los últimos días. Se quedó exactamente en el 10% del electorado, cifra muy parecida a la que le atribuían las encuestas. No existía el supuesto “voto oculto” que debía nutrir las filas de los nacional-populistas y que los socialistas utilizaron para movilizar a sus propios votantes.
La profecía del expresidente José María Aznar de que la división del voto de derecha en tres marcas -PP, Vox y Ciudadanos- iba a ser nefasta se cumplió milimétricamente. Aznar fue el líder que en los años 90 aglutinó desde los restos del franquismo hasta los reformistas del centro bajo la marca del PP y consolidó la idea de que las elecciones en España se ganaban en el centro político, es decir, moderándose. Exactamente lo contrario que tuvo que hacer Pablo Casado, el dirigente que ha sustituido a Mariano Rajoy al frente del PP, que para evitar desangrarse electoralmente por la derecha tuvo que endurecer sus posiciones y dejar campo libre en el centro político al partido Ciudadanos que pasó de 32 a 57 diputados.
La situación ahora es que Sánchez tiene dos opciones de gobierno que puede explorar. Una a su derecha, con Ciudadanos, con quien sumaría 180 escaños, una cómoda mayoría que le libraría de buscar apoyos puntuales. La otra a la izquierda, con Podemos, con quien sólo sumaría 165 escaños y requeriría el apoyo circunstancial de los separatistas catalanes. La primera opción es la favorita del mundo empresarial y de la prensa y los líderes europeos, pero tiene un gran obstáculo: Albert Rivera, el líder de Ciudadanos, hizo toda su campaña electoral en torno a la promesa de que no pactaría con Sánchez. Desdecirse ahora no sería bien recibido por sus militantes.
El pacto con Podemos agradaría a las bases socialistas, pero hace imprescindible el apoyo de los nacionalistas catalanes, un terreno que a Sánchez no le atrae. Éste advirtió anoche que pone dos condiciones para pactar: respeto a la Constitución y progreso social. El mensaje sugiere que no cierra la puerta a pactar con Ciudadanos.
En cambio, ha dicho que pasa a la oposición. En menos de un mes, el próximo 26 de mayo, los españoles votarán en elecciones europeas, regionales y municipales y es difícil que Ciudadanos cambie de postura antes de esa fecha, pero en los próximos días las presiones del mundo de los negocios y de las instituciones europeas para que se constituya un gobierno de socialistas y Ciudadanos se van a incrementar.
Una tercera opción es que se produzca una repetición de elecciones, ya sea por un bloqueo político o porque se forme un ejecutivo inestable. Un gobierno débil, como sería el que Sánchez formaría si se apoya en Podemos, tendría que enfrentarse a la desaceleración económica europea con una mano atada a la espalda y esto podría desembocar en una nueva crisis económica cuando España aún no ha conseguido olvidar la que comenzó hace una década.
John MüllerPara El Mercurio