En este momento, en este preciso momento hay una función de “Avengers: Endgame” que está comenzando, va a mitad de la proyección o está terminando. A tablero vuelto. En versión subtitulada o doblada. En formato 2D, 3D, 4DX o IMAX. En sala normal o premium. Todos los horarios, todas las variantes y en casi todas las salas.
Quienes por años nos estuvieron advirtiendo a grito pelado, cual profetas en el desierto, que tuviéramos cuidado con la hegemonía audiovisual de Hollywood deben sentirse más que vindicados: su profecía se cumplió, al menos por este fin de semana. Quienes hayan tenido la peregrina idea de asomarse al multicine para ver algo que no fuera de superhéroes, lo siento por ellos. Tal vez debieron quedarse en casa, surfeando por Netflix.
En cuanto a los otros, a todo el resto —los que precompraron su entrada a tiempo, los que recorrieron sala por sala buscando
tickets libres, los que pagaron más del doble y el triple en la reventa—; bueno, ellos están de fiesta. Tienen por delante una cita de tres horas y 58 segundos con personajes a los que fueron siguiendo por años, a través de una veintena de películas, y de ninguna manera quieren perderse esos instantes finales, ese desenlace que lo cambiará todo, y en una de esas, hasta la mismísima historia del cine. O al menos eso es lo que nos han hecho creer. ¿Quiénes? Nosotros mismos, ¿quién más?
Sinceramente, no tengo recuerdos de una franquicia que haya dependido hasta tal punto de la desbordante pulsión de su audiencia por escapar al interior de esas tramas, esos personajes y sus poderes, y eso que soy de la generación que vio la “Star Wars” original en el cine, fantaseó con “Indiana Jones” y vio volar en bici a Elliot y ET, en un atardecer que parecía no tener fin. Doy fe que semanas de mi infancia se fueron en reimaginar esas y otras historias similares, exprimirlas hasta la última gota e inventarme nuevas; pero si hoy estuviera en el mismo lugar, me ahorraría todo eso: Marvel, DC y sus competidores están dispuestos a hacerlo por mí; invirtiendo en el proceso una gigantesca cantidad de recursos, enrielando una película tras otra, contratando estrellas a granel, en pos de recrear alambicadas fantasías sobre las que se informa, se postea, se polemiza y se teoriza sin cesar. Claramente ya no se trata de un juego de niños, sino de un pasatiempo diseñado para jóvenes y adultos, donde títulos como “Black Panther” o “Captain Marvel” ya no serían mera entretención dominguera sino además documentos sobre orgullo racial y un manifiesto feminista. ¿Cuándo esto se transformó en parangón cultural? ¿Siempre lo fue?
La verdad, da casi lo mismo. Sea gracias a la devoción de los
fanboys, la desquiciada cobertura de los medios o el genuino interés de más de algún experto, esa batalla se ganó: más que en saber si “Endgame” es una buena o mala película, la gente está más interesada en saber qué ocurrirá con los destinos de Tony Stark y sus amigos, cuáles serán los protagonistas de la nueva fase de Marvel, qué minorías o grupos de interés serán representados en los próximos filmes, o si acaso esta tardía fascinación mundial con los superhéroes —que, mal que mal, son un anticuado invento del siglo XX— no es sino una escapista respuesta a la sociedad de hipervigilancia y nacionalismo que lentamente ha emergido en la última década. No es casualidad que Thanos —el galáctico villano de “Infinity War” y de la actual “Endgame”— evoque la figura de un autócrata. Tampoco que los héroes de estos cuentos estén condenados a derrotar el mal una y otra vez, con tal de mantener la ilusión de la ficción. Ojalá fuera así de fácil, así de simple.