Los propietarios de San Luis de Quillota han decidido poner como presidente del club en el período más crítico de los últimos años —marcha último en la Primera B— a Germán Paoloski, un periodista argentino que jamás ha pisado Quillota, que no sabe quién fue el Pititore ni ha probado el dulce de alcayota. Los ampara la ley y están en su derecho, porque pese a que los legisladores que aprobaron la ley de sociedades anónimas han reconocido su error, no ha existido voluntad ni acuerdo político para modificarla en beneficio de aquellos que son hinchas del club pero no pueden participar, de modo alguno, en las decisiones.
En la lucha civil intestina que se libra en el directorio de Colo Colo, por paradoja, los dos votos de la Corporación siguen siendo claves, pero los dirigentes de esa agrupación deben definir los destinos del club votando por alternativas que los obligan a respaldar dirigentes, posturas y visiones del club que los avergüenzan. En la búsqueda de apoyos, los bandos en pugna han ofrecido la silla presidencial a Daniel Morón —símbolo de la institución— que llegaría investido por poderes que, en cualquier otra circunstancia, habría despreciado. Es difícil anticipar qué pasará en la testera de Blanco y Negro, pero una cosa es clara: no será nada bueno.
En ese escenario, el medio espera con expectación lo que pasará en Azul Azul, la controladora de Universidad de Chile, una institución castigada este año con las siete plagas. Un desastre en lo deportivo, una olla de grillos en lo directivo, con funcionarios duramente cuestionados, un técnico que entró mintiendo y que no ha dado con la fórmula, contrataciones millonarias en deuda y la barra descarriada, castigada y en rebeldía.
En ese escenario dantesco el propietario mayoritario y sin oposición interna decidió renunciar “porque la delincuencia ha ganado”, lo que de por sí dificulta encontrar un reemplazante que no esté bajo su línea jerárquica. Si quiso ir a buscar candidatos, con esa advertencia los ahuyentó a todos. Dicho sea de paso, poco hizo Carlos Heller para colaborar o exigir colaboración en su club para esclarecer el hecho de mayor violencia registrado en el fútbol chileno en los últimos años. El baleo de hinchas o otros hinchas en la puerta del CDA no tuvo responsables, ni voluntad para encontrarlos.
Para armar el directorio, el propietario buscó una fórmula interesante, como es convocar a referentes del club que, hasta el pasado fin de semana, ejercían la crítica en medios de comunicación. Y a otro par de actores sociales para subir la experticia en las decisiones que se adoptan, en relación con la cancha e, imagino, la organización del club. Debo reconocer que la idea me parece sensata (considerando lo de San Luis, por ejemplo) y bien intencionada, aunque mucha gente duda del poder con que llegarán Rodrigo Goldberg y Sergio Vargas a sentarse en una mesa donde el poder del dueño seguirá manifestándose en la mayoría de los directores, que jamás hicieron sentir su voz ante las medidas equivocadas, porque son, en lo específico, sus empleados.
La duda no es el grado de experticia, ni el amor al club, ni las ganas de aportar. La duda es la capacidad de movimiento. Y ahí está la incógnita del experimento azul que se echará a rodar.