Nuevamente, el Centro Cultural Las Condes sorprende con uno de sus redescubrimientos. Esta vez se trata de nuestro excelso paisajista Alberto Valenzuela Llanos (1869-1925). Ya en su época, él brilló como el artista chileno más destacado en el extranjero. Hoy día comprobamos en qué medida esa fama se justifica. Es que su pintura, en general, emprende una búsqueda muy particular del fenómeno luminoso, consiguiendo que la natural iluminación diurna envuelva, encienda el paisaje del Valle Central chileno y lo penetre hondo, hasta hacer que desde su propia entraña refleje hacia afuera esa misma luz. Es, pues, una experiencia única en nuestro medio pictórico del ayer. Y eso sin que jamás niegue su filiación con el siglo XIX, incluso hasta las primeras décadas de la centuria siguiente. Afirma con solidez esta conquista un estupendo dibujo, cuya inmediata comprobación la proporcionan los trabajos en grafito sin color sobre papel y donde, por supuesto, el tratamiento luminoso desempeña un rol protagónico. Baste recordar un solo testimonio en Las Condes: un lindo y sugerente atardecer, ejecutado con lápices grises y tiza blanca.
Sin duda, los panoramas más o menos de terrenos de secano y de los regados todavía apenas cultivados acaparan el meollo de la obra del colchagüino. Tenemos, de ese modo, las vistas de Lo Contador. Ellas, lo mismo que sus realizaciones más logradas, en mayor o menor formato, parecen romper el artificial rectángulo de madera que los enmarca y prolongarse hacia sus cuatro costados; en especial, Lo Contador, Primavera. Lo Contador —¡qué frescor de verdes y rosados!—, el gran Paisaje, Paisaje de campo (1903) y su eclosión admirable de la primavera. Suelen mostrar, asimismo, una vibración cromática singular, apoyada por el aspecto casposo del óleo. También los quiebres del terreno son otro motivo de ejecuciones imperecederas. Ahí se provocan unas asimetrías notables en la composición y la concurrencia de una vegetación espontánea de arbustos y arbolillos de ramaje retorcido. Entre estos lienzos anotemos Luz en la quebrada —felices ocres y rojos—, Paisaje (1919) y su invasión de arbustos, que operan como de humo y llamas dentro del suelo quebrado. Por otra parte, si de iluminación se trata, dos cuadros nos entregan momentos extremos. Así, el día se apaga con delicadeza en Atardecer, mientras Trilla enciende la pintura entera.
Detengámonos, a continuación, en los trabajos de Valenzuela Llanos realizados en Europa, alrededor del año 1905. Respecto de las fechas, es de lamentar su escasez en la mayoría de los cuadros ejecutados en Chile —culpa de su progenitor—, lo que dificulta un desarrollo progresivo dentro del montaje. Pero volvamos a las pinturas mismas, sobre todo francesas e italianas. Aquí observamos una mirada del artista más tradicional y narrativa, sujeta a la tiranía innegable de modelos tan poderosos. Pese a ello, podemos indicar algunas excepciones. Tenemos, así, la bien equilibrada composición Río Siena a las afueras de París, con el quiebre audaz de la armoniosa coloración global, al introducir un pequeño rectángulo amarillo y una mancha roja diminuta en la pequeña embarcación del fondo. O el efecto monumental que logra a través de un cuadrito, Bote en el Sena. Además, esta visión brumosa, arrebolada, coincide con un tema y un ambiente luminoso parecidos a Turner o Monet. Por otro lado, llama la atención la propiedad con que manifiesta, en Venecia, esos cielos únicos del lugar, tan gaseosos y provistos de momentáneas nubes de corporeidad barroca. No obstante, debe reconocerse que Puente de Charenton y su original árbol verde —recuerdan al mejor Corot— sirven a Valenzuela para obtener su más sólido aporte europeo.
Tampoco las marinas se ubican dentro de lo más destacado del artista colchagüino. Pareciera que no logra captar del todo la inestabilidad oceánica, su brillo y textura particulares. Hallamos, entre otros ejemplos, ese parejo mar lechoso de Paisaje marino desde el barco (1903), o ciertas vistas donde la superficie adquiere consistencia de vastas planicies terrestres. Por el contrario, no faltan aciertos, como el óleo sin enmarcar Laguna de Algarrobo (1924), eso sí con el mar bien a lo lejos.
El mismo Centro Cultural entrega una sintética exhibición también retrospectiva (años 70 y 80) de Inge Dusi, alemana largamente residente en nuestro país. Debemos reconocer que la primera sala a ella dedicada, con geometrías más bien monótonas, pesadas, no resulta lo más auspicioso para asomarse a los ámbitos siguientes. Pero sí que vale la pena continuar el trayecto, donde abundan las excelencias, cuyo profundo sentido textil e inventiva personal se vierte en ricas texturas y acordes refinados de color. Baste destacar trabajos hermosos, como Chancay actual y Septiembre rojo, de inspiración precolombina, como Aguas claras y Reventazón, o los lindos cordones anudados de Arabesco.
Valenzuela Llanos. La conquista de la luzLugar: Centro Cultural Las Condes
Bienvenida retrospectiva dedicada a un pintor grande de nuestro pasado
Fecha: hasta el 26 de mayo
Trayecto
Hermosos textiles de Inge DusiFecha: hasta el 28 de abril
Lugar: Centro Cultural Las Condes