Evelio Rosero (1958) es uno de los escritores colombianos de mayor proyección, uno de los más premiados y uno de los más celebrados por la crítica. Su corpus es vastísimo y está centrado en la novela; como suele suceder en casos similares, aquí es apenas conocido y sus
Cuentos completos podrían llenar ese vacío. Así, este valioso aunque irregular libro nos sirve para acercarnos a un autor interesante y sui géneris. Sin embargo, la decisión de publicar toda la producción en el género breve de un literato en plena actividad, parece extraña, ya que lo habitual en tales condiciones es que se trate de narradores muertos o que han abandonado la escritura. Además, este compendio viene acompañado de tantas hipérboles —de hecho varios reseñistas lo comparan con Gabriel García Márquez—, que es inevitable plantearse altas expectativas, las que en ocasiones se cumplen, pero en otras nos dejan con gusto a poco.
Este volumen de
Cuentos completos contiene 69 relatos con los más surtidos temas, concebidos en estilos diferentes según sea la historia; como se comprenderá, es imposible referirse a cada una de ellas. Rosero podría tener
in mente una radiografía social de Colombia, en especial del opresivo entorno urbano en ese país, por más que el novelista nos hable sobre el transcurso del tiempo, del amor, de la muerte o en sus episodios más felices, dé rienda suelta a la fantasía y a los sueños de modo obsesivo, aun cuando se hallen articulados de manera realista. La mirada de Rosero es desencantada y pesimista, su visión de la sociedad es fúnebre, despiadadamente violenta, da por sentada la corrupción universal, si bien esta perspectiva se desvanece en muchos pasajes de palpitante prosa poética.
Sin lugar a dudas, el título más logrado, así como uno de los más extensos de esta compilación es “Juega el amor”, que por momentos alcanza niveles brillantes. Rompiendo con los esquemas témporo-espaciales, Rosero nos entrega una leyenda que, si no fuera por el espléndido uso idiomático de giros y expresiones locales, podría suceder en cualquier parte. La innominada heroína, aparte de su belleza fulminante, su riqueza ilimitada o su inteligencia clarividente, es absolutamente imbatible en el ajedrez. Tanto es así que, en un desafío similar al que la Esfinge plantea a Edipo o Turandot a sus pretendientes, ofrece sus bienes e incluso promete casarse con quien consiga vencerla en un torneo. No obstante, quien pierda, perderá igualmente la cabeza. Son miles, decenas de miles los campeones que acuden al letal combate, para ser
ipso facto decapitados. La reina es invencible, hasta que un joven… En verdad, “Juega el amor” vale por toda esta colección de
Cuentos completos.
“La peluquera de niños” es “una vieja inmensa, de manos enrojecidas por el agua, que huele a cebolla y perejil; su redondez es una pelota descomunal lenta, mullida, que rebota plácida cuando se sienta en un butaco de madera, en pleno centro de la habitación”. Por añadidura, la mujer es ciega, egoísta, malvada, hasta el punto de jactarse de haber devorado a muchos chicos dejados a su cargo por mamás que no los soportan.
Indudablemente, en este ejemplar la novela corta es el fuerte de Rosero. Y así lo prueba “Como nunca en la vida”, la trama más elaborada de este compendio, que aparte de constituir un homenaje a una Bogotá desaparecida, describe las peripecias de Fenita Romero en ciudades que sí existen, bien que reinventadas por la protagonista o quizá por el mismo Rosero. Y esta incursión, así como otras en el realismo mágico, prueba que esa corriente todavía sigue dando buenos frutos. “La mujer que se comió a su lora” va en la misma dirección, vale decir, se parte de una situación cotidiana, en apariencia común y corriente, para proseguir con una señora que tiene unos antecedentes y unas costumbres tan insólitas que terminan por generar una total perplejidad. “Secretos de mundo” transcurre en el interior de un estudio de radio, donde todas las noches Julieta Koch dialoga con quien desee ventilar su intimidad; normalmente, el programa se lleva a cabo bajo anonimato, pese a que, en ciertas oportunidades, la locutora consiga que los auditores lancen al aire sus identidades. Por cierto, las posibilidades para fantasear son infinitas y en esta desopilante y a la vez desoladora conversación, en un texto basado enteramente en diálogos, Julieta enfrenta a una muchacha que dice llamarse Perseverancia y que se declara fea sin remisión, para días después, informarnos todo lo contrario, o sea, que se trata de una persona de hermosura radiante. Con toda razón Julieta se pierde en este maremágnum de contradicciones y el final de “Secretos de mundo” queda abierto justo cuando pensábamos en una solución convencional.
El problema serio de este tomo es la superabundancia de microcuentos, vale decir anécdotas que, con suerte, alcanzan las dos o tres carillas: en rigor, estamos ante escuetas descripciones de sentimientos, aventuras insinuadas e inclusive fragmentos de situaciones que son meros estados de ánimo. Habitualmente, esa fórmula no pasa de ser un pretexto para la pereza y por más que ello no se aplique a Rosero, el constante abuso del minirrelato puede ser sospechoso. Es verdad que ha sido practicado por genios literarios —Kafka, Borges, Cortázar—, aun cuando comparar a esos nombres con Rosero sea ir algo lejos. Con todo, estos
Cuentos completos reflejan la inquieta mente de un interesante prosista.