La soledad y el aislamiento que producen las grandes urbes repletas de normas, tráfico, gente apurada, a veces enojada, ha llevado a que la comunicación también se altere. La ansiedad es la constante, y es el resultado del apuro y la soledad. También la pérdida de calidad en las conversaciones. Cuando estamos ansiosos, nos cuesta hacer preguntas. Peor aun, nos cuesta escuchar las respuestas si hacemos preguntas. En la ansiedad, las personas hablan demasiado, escuchan mal o se repliegan en un silencio resignado. No había espacio.
Cuando escuchamos de verdad, deberían surgir preguntas, no solo comentarios u opiniones. Preguntas genuinas que brotan de un escuchar verdadero. Si lo pensamos bien, las preguntas surgen de la curiosidad. Del interés por saber más. Y las preguntas verdaderas, esas que nos hacen sentirnos comprendidos, acompañados, menos solos, suelen venir del relato del otro, no del propio. La diferencia entre la conversación y el “copucheo” está seguramente en el interés genuino del otro por escucharme, por saber de mí, no por enterarse de la vida de terceros o por solo utilizar la conversación para hablar y con eso tener la ilusión de estar menos solo.
Es común que si alguien cuenta algo, la respuesta del interlocutor sea referirse a sí mismo, aprovechar la instancia para contar, más que el resultado de un escuchar genuino. Y si pregunta, no siempre es desde el escuchar lo que el otro necesita, sino más bien aprovechar la instancia para, aunque sea artificialmente, hacerse ver. Para ser visto. Porque a veces parece que somos invisibles.
Un sacerdote amigo decía que las confesiones son cada vez menos relacionadas con el pecado y más relacionadas con la necesidad de ser escuchado. Este hombre que siente que su tarea es perdonar pecados es al final un espacio útil, generoso, gratuito y seguro para que los pecadores hablen de sí mismos.
El anhelo de ser escuchado es normal, necesario para establecer vínculos, humano y, en cierto sentido, bello. Porque es la diferencia entre ser solo —un poco como un animalito que vive en la satisfacción de sus necesidades más que en la necesidad de compañía— y ser humano, que puede tal vez estar en las preguntas y respuestas que hacemos, en las relaciones que nos importan, que nos significan. No es solo el escuchar y preguntar en los momentos de crisis del otro, es la conversación, la verdadera, esa donde hay dos y no uno.