La Universidad Católica es un equipo lo suficientemente sólido y que —pese a sus derrotas frente a Libertad por la Libertadores— no necesita ayudas para imponer un esquema ofensivo, interesante y gustador. Tiene a los dos mejores aleros del país y un mediocampo que ha resistido sin problemas las modificaciones tácticas que impone Quinteros.
El clásico lo ganó merecidamente, nunca estuvo en dudas su superioridad y lució otra vez a Fuenzalida y Puch como dos figuras desequilibrantes. Pese a eso, llama la atención la docilidad con que la U fue sometida. En la feroz autocrítica de Alfredo Arias y Johnny Herrera al concretarse la debacle, hay una mirada descarnada de la mala planificación del pleito, pero, sobre todo, a la nula capacidad de reacción que tuvo el cuadro para modificar su destino.
Es probable que Arias creyera que el esquema que venía usando era el adecuado porque siempre tuvo capacidad para gestarse oportunidades de gol y ser superior al rival en todas las líneas de juego. Si no ganó, era sencillamente porque no concretaba. Pero someter a sus defensores al mano a mano con los delanteros cruzados era un suicidio y eso quedó en claro a poco andar el partido.
Cuando quiso corregir, se demoró veinte segundos en quedar en desventaja. Y en la reacción posterior no hizo más que acentuar su caída. Gonzalo Espinoza —el hombre encargado de proveer el equilibrio— se hizo expulsar y su capitán fue a propinar una patada aleve fuera del área que provocó un gol, dejando en evidencia la falta de liderazgo que ya había evidenciado el banco técnico.
Con un punto rescatado en los últimos cuatro partidos y un cúmulo de dudas e interrogantes tácticas, para la U deberían venir definiciones importantes en los liderazgos, sobre todo porque el derrumbe lo acentuó su hinchada, que ya está sancionada y que seguramente seguirá “manifestándose” de manera violenta en el futuro cercano. En la próxima junta de accionistas ya habrá algunas señales claras: Carlos Heller querrá seguir siendo dueño, pero no presidente, urge una reorganización directiva y es urgente poner el énfasis en la comisión fútbol y la gerencia técnica.
Humillada, sin alma, llena de reproches y culpas, esta U es un fantasma que no encuentra paz, flagelada por sus propias decisiones. Y en la caída libre parece no haber fondo para un equipo que planificó su temporada pensando en grande.