Nuevo acierto del TMLC en el atractivo “circo contemporáneo”, del cual ha exhibido varias maravillas en sociedad con Santiago a Mil, “Pasajeros” es el debut aquí de otra compañía venida desde Montreal, convertida en cantera inagotable del rubro. También provienen de esa ciudad canadiense el notabilísimo Eloïze —cuatro veces en esa misma sala desde 2011— y el Soleil, abocado a propuestas de ostentosa grandiosidad y gusto masivo. Por un tiempo a ese género fusionando destrezas circenses sin animales amaestrados ni números de riesgo mortal, con fuertes recursos del teatro, la danza y otras artes, se le llamó “nuevo circo”, pero esa designación se abandonó: ya casi cumplió medio siglo.
Es la penúltima producción, debut en noviembre reciente, del prolífico “Les 7 doigts de la main”, fundado en 2002 (tiene 10 años menos que Eloïze), que se define como “colectivo artístico multidisciplinario” y está estrenando dos y hasta tres títulos al año, lo que habla de su éxito en la taquilla.
En los 90 minutos que dura, resulta un espléndido espectáculo circense “de cámara”, brindando un desfile de distintas habilidades que dejan sin aliento, en un hermoso marco en que los trastos escenográficos, luces y proyecciones de imágenes a gran pantalla sugieren que todo sucede en un viaje en tren. Los ejecutantes (5 hombres y 3 mujeres) son artistas de excelencia que realizan las más asombrosas rutinas con exacta precisión y sin que aparentemente les exijan mayor esfuerzo físico. Ellos siempre se las arreglan para darle un giro novedoso a cada prueba. Más loable aún es que son bailarines de sólida técnica. En verdad no recordamos otro show con tal grado de estilización del movimiento general, así que el desarrollo opera como una extensa obra coreográfica dentro de la cual surgen y se insertan los números. Al menos en la primera mitad ocurren en escena varias acciones en forma simultánea, otorgando densidad visual a la entrega (cosa que hemos visto antes).
Parte de manera muy estimulante, en un clima triste y nostálgico, que luego la música original llena de energía. Busca expresar que un viaje en tren es como la vida; que un viaje siempre es un cambio, implica dejar algo e ir hacia un nuevo punto, que para llegar a destino no hay que parar. Los ejecutantes a veces cantan en vivo, y muy bien, y suelen decir —no tan bien— textos en español reflexionando sobre el sentido del viaje y el tiempo. Ello hace que a ratos el conjunto semeje un sofisticado music-hall que promete ser un placer, arrobador, delicado, poético.
Pero, porque tenemos como referente otras propuestas y del circo contemporáneo se puede exigir una puesta en escena teatral que funcione orgánicamente, al promediar el imaginario comienza a olvidar su idea del tren. Las atmósferas se esfuman mientras los textos empiezan a sobrar y suenan algo forzados, hasta pretenciosos. En tanto el aparato escénico luce como el telón de fondo para las rutinas, apenas un envoltorio de las pruebas físicas que —por suerte para el espectador—no dejan de impactar.
No es raro que esto suceda, puesto que la directora y coreógrafa del show, Shana Carroll, y el elenco, provienen del circo, no del teatro. Así el anuncio de que la obra busca trasmitir “una celebración del ser humano y una reflexión sobre la importancia y belleza de las relaciones interpersonales”, le queda lamentablemente bien grande.
Teatro Municipal de Las Condes. De miércoles a domingo a las 16, 18 y 20 horas. Hasta el 28 de abril.