Decenas de llamadas perdidas, mensajes por contestar, trámites pendientes súbitamente recordados, obligaciones contractuales, contratiempos tecnológicos, solicitudes de favores en uno u otro sentido, compromisos sociales, listas de compras. Esto es lo que puedo balbucear si me pidieran un informe rápido de mi estado actual.

Puedo agregar que el cielo se ha nublado hace poco, que la temperatura disminuyó notoriamente y que se alteró la tonalidad general de las cosas. Un día estábamos con la ventana abierta y el ventilador en on y un par de instantes después nos quedamos considerando el viento helado y las hojas cafés que se acumulan en los antejardines solitarios.

Cuando las cosas se aceleran y se superponen es presumible que uno abandone las lecturas. No hay tiempo a disposición, sino tiempo que fagocita hacia cuyo telón de boca nos precipitamos por una especie de tobogán. Sabemos sobrevivir en estas circunstancias, en la medida en que conocemos los apremios y podemos distinguir los reales de los fantasmales.

Parte de la megalomanía del "sujeto moderno" consiste en suponer imprescindible su presencia en los lugares: en las oficinas, en los velorios, en los cumpleaños de ancianos, en los estrenos cinematográficos y hasta en las ceremonias colegiales. Estar al pie del cañón puede significar, en este contexto, lo mismo que estar al pie de la bandera; o sea, en actitud disponible y medianamente alerta ante ajetreos probables, jamás inermes, sino al menos calificados para anunciar el mediodía a los santiaguinos con un puro cuetazo.

Y sin embargo, dos días en la playa sirven para constatar que nadie se fijó si asistimos o no a la "instancia de interacción grupal", y una semana en la playa sirve para constatar que nadie nos ha echado de menos, y un mes en la playa -con las comunicaciones cortadas por tormentas eléctricas- serviría para generar en los otros una leve inquietud por nuestras humanidades desde el minarete del olvido o cualquiera sea el lugar en que se encuentren.

La verdad es que me carga hablar de lo que leo. La lectura es una dinámica silenciosa que se da "en mágicos, callados contrapuntos" y sólo un hociquete incontinente cede al impulso de mentar con palabras imperfectas aquellas otras que tan bien germinan en el silencio. Si se hablara menos, tan sólo si se hablara un poco menos, si se escribiera incluso un poco menos, si existieran más procrastinadores, si se estimara en algo la distancia y el silencio y las tardes perdidas, no sé qué pasaría; o sea, no pasaría nada, lo que no es malo.

Pocas afirmaciones distintivas puedo hacer sobre el mundo actual salvo una: que recrudece hoy el miedo al vacío. Las radios no dejan una fracción de segundo sin ruido de voces y de sintetizadores y de tambores, y hasta en las noticias cubren cualquier espacio en blanco con música mientras el locutor habla. Piensen también en los taxistas: tienen miedo de apagar el letrerito que los anuncia como "libres".