Habrá que esperar un tiempo a que decante esta idea de que los árbitros colaboren con la intención de “aligerar el juego” en que están empeñados. Se trata, básicamente, de “no cobrar cualquier cosa”; en otras palabras, no cobrar lo intrascendente, “especialmente en el centro del campo”, en la descripción de Enrique Osses, presidente de la Comisión de Árbitros.
Aunque darle continuidad al juego es misión de los jugadores y de los técnicos, que son los responsables del espectáculo, se ha aceptado que los árbitros asuman esta responsabilidad ante el fracaso de los primeros en conseguirlo. Ellos han logrado, al contrario, el afeamiento del espectáculo por la falta de velocidad y, sobre todo, por la simulación de faltas y la consecuente pérdida de tiempo por los reclamos, la distancia y todas las demoras ocasionadas por los jugadores.
Es cierto que también algunos árbitros ayudaron históricamente a entorpecer el fútbol con “conciertos de pitazos” que interrumpían los partidos y hacían todo aún más lento de lo que ya era. No se trataba de que cobraran faltas inexistentes, sino que demoraban en acciones como detener el juego para hacer mover el balón diez centímetros más atrás o más adelante. Esas cosas. Para hacerse notar, por falta de criterio, por joder, por lo que fuera.
Los árbitros siguen siendo humanos y no se vislumbra —por lo menos para los próximos 5 años— que su función pueda ser automatizada, por lo que los errores se siguen cometiendo. Si antes era por “cobrar leseras” hoy, con las nuevas instrucciones, es por dejar de cobrar faltas verdaderas e importantes. Como tomar de la muñeca a un delantero rival en el área y hacerlo caer, como le sucedió a Nicolás Oroz, detenido de esa forma cuando se acercaba al arquero en el Nacional el domingo. Por cierto, la idea es dejar en evidencia a los que simulan faltas, pero no perjudicar a los que realmente las sufren.
Con todo, seguramente la iniciativa prosperará y el fútbol será beneficiado. Se cometerán errores referiles y quedarán faltas sin sanción, pero los jugadores aprenderán que estos errores se han originado en sus propias faltas, repetidas a través de décadas de simulación y pérdidas de tiempo. Por lo tanto, sabrán que si una falta queda sin sanción nada sucederá, por mucho que reclamen. ¿Injusto? Injusto, cierto. Pero el juego fue llevado a una situación imposible.
Con todo, los árbitros deberán aspirar siempre a la eficiencia. No podrán abonarse a la comprensión del espectador por sus errores. No es aceptable que se equivoquen demasiado a menudo. Los jueces deberán propiciar la continuidad del juego, sin olvidar su obligación esencial. Esto es el fútbol, no es la Corte de Apelaciones de Rancagua.