Jesús y la Iglesia corren el riesgo de su predicación. Pero no es el evangelio lo peligroso, somos los bautizados el factor de riesgo, al contradecir con nuestra conducta las palabras y vida de Jesús. Estos personajes se repiten en la historia.
Una vez que se han ido sus acusadores, Jesús pregunta a la mujer: “¿Ninguno te ha condenado?” (Juan 1, 10), y ella se lo confirma llena de temor, porque la Ley decía que tenía que ser castigada. Cristo no dice que el adulterio ya no es pecado. Tampoco la humilla interrogándola: ¿Qué has hecho, cuándo lo has hecho, cómo lo has hecho y con quién lo has hecho? El Señor va más allá, y precisamente este es el misterio de la misericordia de Jesús.
San Agustín hace una pregunta que quizás muchos a lo largo de la historia repiten: “Señor, ¿qué es esto? ¿Favoreces tú a los pecadores?” (In Ioann. Evang., 33, 5-6). ¿Por qué no hay castigo, cuando es uno de los delitos más graves junto con la idolatría y la blasfemia, castigados con la pena de muerte por lapidación?
¿Cómo se explica que Jesús defienda al pecador de una condena justa? Me inclino a responder que es gracias a la sinceridad de la mujer. Ella no se defiende, tampoco se proclama víctima de una falsa acusación. Con su silencio reconoce su culpa y responsabilidad, y se muestra arrepentida: “Señor, tú no desprecias un corazón contrito y humillado” (Salmo 51, 17).
Si Jesús en su respuesta a la mujer solo hubiese dicho “yo tampoco te condeno” y silencia u omite “anda, y en adelante no peques más” (Juan 1, 11), efectivamente podríamos afirmar que Jesús “favorece a los pecadores”. Pero él mismo se responde: “Claro que no. Mira lo que sigue: Anda, y en adelante no peques más. Por tanto, el Señor dio sentencia de condenación contra el pecado, pero no contra la mujer” (In Ioann. Evang., 33, 5-6).
Estas breves palabras, “no peques más”, marcan la diferencia entre un demagogo y un profeta, un ladrón y un pastor, un oportunista y un siervo fiel, alguien que busca su bien personal o el del hermano.
Paradójicamente, este “no peques más” es la expresión de un Padre que confía en su hijo. Transmite esperanza, porque cree en la capacidad de amar del hombre, en la ayuda de la gracia de los sacramentos; afirma la maravilla de la libertad del hombre y de que es capaz —con la ayuda de Dios— de hacer lo que se considera imposible.
Guardando las proporciones, tengo en mi casa parroquial una gata que me ayuda a mantener a raya los ratones del sector. En ocasiones se estira con sus uñas en los muebles del living y me sorprendo diciéndole: “No lo hagas más”. Este animal nunca podrá aprender o enmendar. En cambio, esa pecadora sí puede soñar en su castidad y hacer realidad su nueva vida cristiana.
Para esta mujer, ese “no peques más” no es solo una norma que hay que respetar y asumir. Es mucho más, la respuesta amorosa a una persona que la amó y la perdonó. Ella advierte que no representó para Jesús “un parágrafo de la Ley, sino una situación concreta en la que implicarse” (Francisco, 29-3-19). Tiempo después, esta misma mujer contemplará en las callejuelas de Jerusalén a Cristo llevando la Cruz, y podrá decir con asombro que “allí es donde han ido mis pecados. Tú los has cargado sobre ti” (Francisco, 29-3-19). Solo a través del perdón de Dios suceden cosas realmente nuevas: transformar ese “no peques” en una gozosa afirmación de amor y fidelidad.
Mañana comienza la Semana de Pasión, y el Señor espera de cada cual una nueva conversión llena de esperanza. Yo te animo con el Papa a reemprender “el camino desde la confesión. Devolvamos a este sacramento el lugar que merece en nuestra vida y en la pastoral” (Francisco, 29-3-19).