¡Antiguas novedades, qué placer! Es el que experimentará, cocoroca Madame, si se me va por la autopista del Itata sin llegar a Penco: hay tantísimo que ver y disfrutar en el camino.
Volvimos al valle del Itata porque, recorrido una vez, no hay cómo evitar una segunda: qué río encantador, con sus vueltas y recodos, no demasiado caudaloso, pero lo suficiente como para que lugareñas refresquen, con toda modestia y entre flojos sauces, las partes necesitadas.
De las acuciantes dudas de la existencia humana, mencionaremos dos que son tremendas. ¿Del tinto o del otro? Un nuestro abuelo clasificaba así la producción vinícola, y sólo tomó tinto toda su vida. Alguna vez, en ocasión excepcionalísima, si triunfal o aciaga nunca se supo, sorbió, de un potrillo, no poco blanco de ésos “ajerezados” y bien secos, los únicos considerados adecuados para caballeros de polainas. Pero sólo son rumores. Y ya le diremos en un momento cómo hemos resuelto, en este tour, el dilema.
La otra duda atroz, que ningún existencialista logró jamás imaginar, se presenta a la cuadra de Nueva Aldea: allí debe uno decidir si enfilar rumbo a Quillón, ribera sur del Itata, o a Portezuelo, ribera norte. Ah. Santo cielo. Quillón yace en medio de vallecitos y lugares y colinas tan encantadoras que superan toda descripción. Y a Portezuelo, cuyo entorno no es tan pintoresco, se llega desde la encrucijada ya dicha, cruzando el muy donosito pueblo de Las Ñipas, y luego el río, a través de un camino ripiado tan maravilloso y novelesco, tan lleno de arcaicos nombres (Vega de Concha, Alturas de Monte Rico) y de viñitas tan centenarias como espontáneas, que casi da vergüenza pedirle más placer turístico a la vida.
El caso es que, sea a un lado o al otro, estamos en el reino del pipeño, y del vino país más viejo de Chile. Vino que varios franceses y otros “
aliens” han venido a descubrir no hace mucho, haciendo maravillas con esas antiquísimas cepas. Pues bien: resolvimos las antedichas dudas como sigue, y se le recomienda, Madame, hacer lo mismo: nos fuimos a Quillón pero allí compramos vinos de Portezuelo, y compramos del tinto y también del otro. “El otro” fue un blanco moscatel de Alejandría que ha sido casi un vuelco en nuestra vida.
Cordero arvejado de Quillón
Corte en 6 rebanadas 1 k de pulpa de cordero. Dórelo, con 1 cebolla grande picada, en “color chilena” (si no la tiene, caramba, use mantequilla, bien coloreada con ají de color, y donde haya frito varios ajos). Espolvoree 1 cda generosa de harina, revuelva, y cubra apenas la carne con caldo o agua. Sal, pimienta, orégano, pizca de comino. Ya blanda la carne, añada ½ k de arvejas tiernas. Termine la cocción. Doña Mariana Bravo recomienda, fuera del fuego, ligar el guiso con 2 yemas de huevo ligeramente batidas. Lo aprobamos. Sirva con papas fritas. ¡Qué suculencia!