“Conocer a un hombre es también dibujarle en el mapa. Poner los límites, los colores, lo que tiene ese tipo concreto y lo que le falta. Su piel, la textura en los pliegues de su cara. Sus ojos atentos o distraídos. Sus manos largas, varoniles, o quizá delicadas como las de una mujer. Vamos almacenando en cada movimiento que hace, en cada palabra que dice, sus datos, que dedicamos a esa memoria. A medida que crece la intimidad, si se convive con él, si acaba convirtiéndose en nuestra pareja, los límites se agrandan. La vida hace su trabajo: son noches compartidas, pelos en la almohada, pero también gazpachos y ensaladas, películas y paseos, palabras más o menos viejas. Tardes de regreso del trabajo en las que se intercambian los detalles banales, las pequeñas obsesiones. Pero hay algo que permanece ahí, inmóvil y brillante, la primera impresión, ese salto de no existir a, de repente, estar en ese mapa”.
La narradora innominada de este fragmento de
Nada que no sepas, última novela de María Tena, está en plena crisis matrimonial —adulterio del marido— y se halla al cabo de un largo periplo que marcó el fin de su juventud. Este y otros sucesos la hacen retornar a Montevideo para comprender el pasado. Eso significa volver a los días felices de su existencia, nublada por la muerte de su madre cuando nada turbaba una convivencia que transcurría entre sofisticadas fiestas, días en la playa o excursiones a las estancias. De un momento para otro, la protagonista regresa al barrio de Carrasco para reencontrarse con amigas que no ve hace 40 años, con las mujeres que conocieron a Pablo, su padre, y con aquellos que puedan contarle por qué ella y su hermano Tomás tuvieron que partir a España tras el deceso de Lucía, la jefa de familia.
Nada que no sepas constituye una evocación de la actividad cosmopolita y desprejuiciada de un grupo de personas en el Uruguay de los 60, en contraste con la penuria de España. Y es una reflexión sobre la experiencia de los pasos iniciales de una niña que salta a la fase adulta sin conocer la libertad ni percibir el paso del tiempo. El relato refleja la historia de alguien que experimentó la etapa más decisiva en nuestro desarrollo, como si estuviera contemplando ese paraíso despreocupado y feliz de los mayores.
Sin embargo,
Nada que no sepas dista de ser un cuadro de costumbres en torno a unas gentes de mundos diversos en dos ciudades tan distintas como Madrid y Montevideo. Hay, claro, grandes diferencias: la capital española estaba en pleno franquismo, la democracia era inalcanzable, la condición femenina se acercaba a formas disfrazadas de esclavitud. En cambio, la capital uruguaya podía considerarse una urbe moderna y laica, pues se ha dicho que en la nación más pequeña de Sudamérica solo hay ateos.
Nada que no sepas contiene insinuaciones de este estado de cosas, tamizadas por la heroína, quien apenas se detiene en el trasfondo político.
Y la verdad es que, a medida que avanza la historia, nos damos cuenta de que hay engaño, idealización y preocupación por el detalle romántico. Puede ser cierto que ese universo privilegiado rioplatense semejara un panorama edificante, aunque se trataba de un escenario a punto de derrumbarse. Los amigos de Lucía y Pablo practicaban a diestra y siniestra la infidelidad, las aventuras furtivas, el meterse unos y otras en las camas de los demás sin escrúpulos. Lucía, quien cursó con gran dificultad una carrera universitaria, se ve obligada a seguir a Pablo al otro lado del Atlántico porque no podía valerse por sí misma. De formación católica, contempla con repulsión el enredo de estos individuos que se jactan de sus episodios extramatrimoniales, en especial si en ellos toma parte Pablo. Tarde o temprano caerá en lo mismo y esa información, así como lo relacionado con su inexplicable deceso a los 37 años, nos será proporcionada al término de
Nada que no sepas.
Con todo, hay mucho más. Irrumpen los Tupamaros, la institucionalidad se desploma y se implanta una feroz dictadura, causando el exilio masivo de ciudadanos o la prisión política de muchos otros, entre ellos Yuyo, quien pasa más de una década en la cárcel, hasta ser después liberado para irse a una pequeña chacra donde no ve a nadie ni se deja ver por nadie. Primogénito de dos millonarios, tras una larga reclusión en el campo se reúne con quien fuera su compañera de infancia, la heredera de Lucía y Pablo, y sostiene un tórrido romance con ella. En parte, estos sucesos son casuales, en parte se diría que ambos buscaron lo que terminaron por encontrar. En
Nada que no sepas todo parece regido por una conciencia que va develando una realidad dichosa, otras veces amarga. No obstante, llega un instante en que se mezclan los pensamientos desbocados con la contención rígida de los cuerpos. En suma, los hechos que transcurren en
Nada que no sepas abandonan la conciencia delirante e ingresan al reino del azar. Dígase lo que se quiera sobre el libre albedrío y la autonomía de la voluntad, todos acabamos siendo objeto de un destino que somos incapaces de controlar y de un sinnúmero de factores impredecibles, que van desde el clima a las decisiones domésticas, desde la aparente estabilidad de nuestro trabajo a la inseguridad consustancial de un período, ese período del devenir humano, cuando, como nunca, somos incapaces de decidir el rumbo de nuestra peripecia vital.
Nada que no sepas, entonces, se transforma en la conmovedora crónica de pequeños éxitos y grandes fracasos.