Esta ha de ser, seguramente, la película más problemática de la filmografía de Alberto Fuguet. Por varias razones, de entre las cuales se pueden elegir tres. La primera es que aborda la temática homosexual con una frontalidad que no ha estado presente en ninguna de sus películas previas. En esta dimensión,
Cola de mono es una película de cesura, una obra que establece una separación con lo anterior y anticipa una nueva dirección, como lo confirma la información disponible sobre
Siempre sí, que está por estrenarse.
Esta inflexión ya se había presentado en la literatura de Fuguet, a partir de sus novelas
No ficción y, especialmente,
Sudor. Pero ambas cosas funcionan en planos diferentes, aunque tratándose del mismo autor resulte inevitable observar la trayectoria. Para decirlo de otro modo, habría sido extraño —pero no inevitable— que después de
Sudor Fuguet no filmase una película abiertamente homosexual, no solo provocativa, sino incluso centrada en su potencial de excitación física, con bastante carne en la pantalla y una insistencia en las caricias, la masturbación y los actos sexuales.
La segunda razón es que toda esta carga provocadora aparece contrastada con sentimientos de culpa y expiación nacidos de la misma condición homosexual. En la noche de Navidad de 1986, los hermanos Borja y Vicente descubren simultáneamente el mismo tipo de deseos, pero sobre la marcha culpan de ello a su padre muerto, mientras la madre viva se constituye en una castradora salvaje. Un desvarío de humor negro y chanza, como otros elementos de esta parte, por debajo de la cual asoma la sombra del desgarro.
No es lo único. Durante su noche de
cruising por un Parque Forestal fáunico, Vicente es asaltado por el mismo joven al que quiere seducir. Y durante su paseo por unos dantescos Baños Prat, Borja es víctima de una castración por el hombre que lo cautiva. Habría más que decir, pero esto basta para mostrar la fortísima dimensión culposa de
Cola de mono, que la hace problemática también en el universo homosexual al que se afilia.
Por último, es una película fuertemente desequilibrada entre sus propios elementos. Está dividida en dos partes —la noche de 1986 con ambos hermanos y un día de 1999 solo con Borja— estructuralmente separadas. La primera parte se funda en una alternancia muy débil entre el recorrido callejero de Vicente, acompañado de miedo y paranoia (¿referencia al toque de queda?), y la noche protegida y masturbatoria de Borja, carente de otra emoción que la de su propio cuerpo. La segunda parte es, en cambio, solo una aventura subjetiva.
No es raro que, con ese desequilibrio de base,
Cola de mono parezca una película inestablemente filmada, actuada y montada: en realidad, esa apariencia es el fruto de una estructura vacilante, que se apoya mal en la difusa metáfora de una evolución, la larga “salida del clóset” del adolescente Borja en los 13 años que abarca el relato. Difusa en su despliegue, y muy precisa en su inculpación hasta el último plano: rara cosa.
COLA DE MONODirección: Alberto Fuguet.
Con: Santiago Rodríguez Costabal, Cristóbal Rodríguez Costabal, Carmina Riego, Diego Nawrath, Benjamín Bou. 102 minutos.