Las alamedas latinoamericanas surgieron como un experimento urbano de las colonias que ensayaron con insistencia en las jóvenes ciudades. Las primeras menciones de implementar un paseo sobre la Cañada son del siglo XVIII, sin embargo, no será hasta O'Higgins que la idea tome forma. La esquemática delineación –atribuida a él– era un proyecto más bien barroco, confinado entre dos muros de álamos, múltiples e ininterrumpidos que abrían ciertos ensanches u óvalos en algunos puntos notables. Era prácticamente un recinto cuya única relación con la ciudad era la cordillera lejana y la fachada de San Francisco que salía a cortarle un poco el paso. Pero entre los álamos y las fachadas de la Alameda había solo un barrial.
A mediados del siglo XIX se procedió a talar los álamos y cambiarlos por especies de dosel alto. Más o menos en la misma época, Vicuña Mackenna empezaba a empujar un plan estatuario que reconocería en la Alameda a todos los héroes y pioneros de la joven república. Monumentos a historiadores, escritores, próceres, naciones hermanas y otras alegorías fueron poblando los óvalos. Poco duraron. Algunos desaparecieron, otros mudaron de lugar, y cuando Vicuña Mackenna llegó a la Intendencia, ya quedaban pocas piezas del programa original.
Su aporte fue darle un punto de inicio y de término a un paseo que se estiraba “entre Chuchunco y Apoquindo” y que parecía inabarcable. El sector central de la Alameda quedó reservado para los paseantes entre la Iglesia San Francisco y la calle República, desviando el tránsito rápido a los costados. Y aunque se lloró la permuta de los álamos por árboles de copa, esta nueva configuración hizo aparecer las fachadas de los edificios: un espacio urbano moderno, donde las miradas desde los carruajes y desde los balcones de los palacios activaron una nueva dinámica. Desde entonces, la presión del tránsito urbano amenazó la idea original, de un paseo higiénico y recreativo.
Muchos proyectos similares se siguieron escribiendo y borrando sobre esta franja de suelo, quizás la más proyectada y desmantelada en la historia de Chile. Por ahí corrió la primera línea de tranvías, que unía la Estación Central y el Mercado en 1872. Luego, el siglo XX vería florecer y marchitar el “parque inglés” bajo un nuevo torrente de microbuses. Hoy es una serie de barreras, jardines inconexos, plintos vacíos, monumentos vandalizados y unos pocos lugares que conservan algo de la prestancia del momento en que fueron una buena idea. Alguna vez frontera sur, hoy columna vertebral de Santiago, la disputa entre las necesidades de movilidad y el sentido original de paseo está cada vez más tensa y las demandas son más complejas. ¿Pero es que haremos hoy menos que nuestros antepasados, es decir, nada?