En la oración fúnebre de Pericles, ateniense notable, él afirma: "La mejor reputación que una mujer puede tener es que no se hable de ella entre hombres, ni para bien ni para mal".
La mujer en los comienzos de nuestra cultura era inspiración, no actora de la vida pública. De hecho, el dios griego Zeus, no era para nada un misógino, sino un amador impenitente cuyas pasiones remecieron el Olimpo. Después, en la Ilíada, la protagonista es Helena, que es raptada por Paris, quien estaba furioso por la felicidad que fue tenerla y la ira que le provocó devolverla. En el otro gran poema helénico, la Odisea, Penélope aguarda el retorno de su esposo.
Y luego, mucho después, Göethe dice que la civilización griega es un encaje, inspiradora y cuna de Occidente, y que de ella hay que tomar todo lo que sea posible. Bien. Ese encaje es femenino.
Nosotras, en nuestro siglo, no hemos querido ser solo inspiradoras, sino actoras de los destinos propios y de los de nuestra sociedad. Y estamos contentas de que así sea.
Sin embargo, y tal vez porque de siglo en siglo capaz ciertos sueños se heredan y quedan en el inconsciente colectivo, cuando nos metemos en las nostalgias remotas y secretas de las mujeres actuales, hay un leve deseo de ser también inspiración y sueño y musa y etérea.
Combinar la independencia y el poder real con el poder de convertirse en ídolo para el hombre amado, o al menos en diosa para alguno, la nostalgia de ser tratada como si fuéramos de cristal de manera que el maltrato, el abuso y la indiferencia hacia nuestras necesidades desaparecieran, también están en el alma o en el inconsciente y el consciente de muchas mujeres.
No ha sido fácil ser autónoma, profesional, económicamente libre, y sepultar los sueños infantiles. Para una salud mental adecuada, deberíamos ser libres de tener los sueños que se nos antojen. Por políticamente incorrectos que sean. Disfrazarse de princesa sigue estando presente en las fiestas infantiles y en las añoranzas de muchas mujeres cuando se atreven a decir la verdad. No le tengamos miedo a la fantasía. Es nutritiva, es consoladora, es un escape de la realidad que ayuda a vivir la realidad. ¡Seamos libres de soñar lo que queramos!