El Gobierno nos llena de proyectos trascendentes y que marcarían su sello: estructurales, usando el lenguaje izquierdista. Tributario, pensiones, laboral, clase media protegida, integración social. Agreguémosle Prosur y las bilaterales con los presidentes de partidos de la oposición. Es como un malabarista con otras tantas clavas en el aire. Todas se suceden a tanta velocidad y en tan poco tiempo que no permiten percatarse, reflexionar o percibir la unidad de propósito que debería vincularlas.
Es aquí donde radica el problema. No configuran una gran ofensiva para replegar a la oposición, sino que apuntan a darle contenido al Gobierno mediante la suma de iniciativas. Se ha desdibujado completamente el objetivo inicial de alcanzar la consolidación de estas ideas mediante su continuidad en los siguientes períodos presidenciales: de convencer y entusiasmar al país con planteamientos que nos saquen del marasmo izquierdista que nos ha empantanado con sus ideas fracasadas y añejas de más de medio siglo.
El Gobierno se ha desgastado en estas discusiones, dejando de lado la tarea fundamental de convencer al país con un mensaje esencial que dé unidad a la suma de proyectos y acciones. Al contrario, se han ido transando y distorsionando sus ideas centrales, o reduciéndose a detalles menores. Es así como todos estos solo han servido para levantar polvareda y darle tema a la oposición, lo que por sí misma no tiene. Esta última está aprovechando la oportunidad para reiterar una voz ya desautorizada y, en su audacia, arrinconar al Gobierno y al país con sus planteamientos ruinosos.
En el fondo, lo que aparece detrás de tanto activismo gubernamental es la figura de Piñera con todo el voluntarismo que lo caracteriza. Actitud que es pariente muy cercana al de la izquierda y que tanto mal ha hecho en nuestro país y en tantos otros, eludiendo la realidad y sus complejidades para subordinarlo todo a la realización de una utopía: ideológica para la izquierda; personalista para el mandatario. En definitiva, un prescindir de otros para imponer una sabiduría superior que otorga el derecho inapelable a decidir por los demás.
El punto no es tal o cual solución específica, sino convencer a la mayoría del país de la necesidad de orientarse a horizontes amplios y despejados para proyectarse en el tiempo y las generaciones. El voluntarismo es una enfermedad letal. La tarea de hoy y siempre es comenzar un camino para que otros muchos continúen desarrollándolo.