Es un texto que se suele interpretar en clave la conversión del pecador, pero es bueno entender que Jesús lo dirige a los fariseos, quienes cuestionan su cercanía con los pecadores. Por eso la figura del hijo mayor es también muy importante.
Es bueno reflexionar hoy sobre los tres personajes de esta parábola y ver cómo, 2 mil años después, no solo siguen plenamente vigente en nuestras vidas, sino que nos entregan mensajes clave para entender cuál es nuestra relación con Dios, la Iglesia y nuestros hermanos.
Está el hijo menor, que exige la parte de su herencia para independizarse de su padre. Refleja a aquellos que quieren "liberarse" de Dios, pues se sienten oprimidos por sus mandatos. Son quienes creen que seguir a Dios es obedecerle más que amarle. Y lo experimentan como una carga pesada de la cual quieren liberarse. Cuando pensamos que ser cristianos es cumplir mandamientos, no nos estamos reconociendo como hijos, sino como trabajadores, lo que lleva a considerar a Dios como un jefe y no como un padre. Pienso también cuánto habrá influido en este joven la exigencia de perfección de su hermano mayor, quien termina haciéndole su vida insoportable. A veces, en nuestras comunidades, incluso dentro de nuestras familias, damos poco espacio para el que piensa o vive de una forma distinta, queriendo encasillar a todos en una misma forma de ser. Esto termina alejando a muchos. Lo triste es que este hijo menor se va porque quiere ser libre, pero termina sometiéndose a otros hombres, que no hacen más que explotarlo y quitarle todo. Será el hambre, más que el arrepentimiento, lo que lo hará volver a su casa. Pero es interesante observar que, incluso al volver, se sigue considerando siervo, y no hijo, y por eso pide un trabajo a su padre.
El hijo mayor refleja a los fariseos que increpan a Jesús por juntarse con los pecadores. Son aquellos a quienes incomoda que el padre sea misericordioso y acoja al hijo perdido. No les parece justo, pues el hijo menor no estaba trabajando ni esforzándose. Son aquellos que piensan que la fiesta no debe ser gratuita, que no hay fiesta para quien no trabaja. Es más, no son capaces de comprender que a Dios le guste la música y el baile, sino que piensan que a Dios solo le gusta que observen sus mandatos. Son aquellos que no aceptan este rostro misericordioso de Dios que Cristo nos revela. No quieren entrar en la fiesta. Ni siquiera quieren que haya fiesta. Este hijo es incapaz de reconocer al hijo menor como su hermano, porque se relaciona con Dios como un asalariado, alguien para quien trabajar y esforzarse, pero no como un Padre a quien amar. Sin un Dios padre, el otro no es mi hermano.
El padre es la figura central de la parábola y refleja la novedad que Cristo quiere enseñar. Es el padre que sale cada día al camino esperando el regreso de su hijo. Es un padre que no abandona a sus hijos, pues los ama y los quiere felices. Es un padre que se conmueve, pues ama con entrañas de misericordia. Su figura no tiene nada que ver con un dios que premia al justo y castiga al malvado. Interrumpe a su hijo cuando quiere excusarse, pues no soporta ser el patrón o jefe.
Pienso en cuánta gente piadosa, de distintas religiones, que se siente asalariada, sierva, no hija, que está para cumplir y no para amar.
Aquí está una de las novedades del Evangelio: la relación con Dios es de hijos amados. Por eso, a Dios no se le ama por interés ni por buscar méritos, no para y por ser premiados, sino para dejarnos transformar por ese amor."Hijo mío -le dijo su padre-, tú siempre estás conmigo, y todo lo que tengo es tuyo. Pero teníamos que hacer fiesta y alegrarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto, pero ahora ha vuelto a la vida; se había perdido, pero ya lo hemos encontrado".(Lc. 15, 31-32)