El famoso "lago azul de Ypacaraí", de que habla la cadenciosa canción paraguaya, no es azul sino café con leche: nos llevaron un día aquellos cariñosos amigos paraguayos a conocerlo. Oh. Un enorme hotel, bonitas casas, vistas muy fotogénicas, pero de azulosidades y transparencias, nada. Sin embargo, no estuvo nada mal el paseo que, como casi todos en el Paraguay, no se alejan nunca demasiado de Asunción. Excepto si alguien pretende ir al Chaco o a aquellos enormes territorios del norte, casi desconocidos, donde viven colonos alemanes al estilo de los "amish" de los Estados Unidos: a Asunción bajan poco, y chapurrean en su media lengua con gracia teutona... Tomando uno su Mateus Rosé en las terrazas, los oye hablar, y disfruta.
Asunción encanta. El país entero cuenta con cuatro o cinco millones de habitantes, y se agradece una capital como esta, donde vivirá apenas un millón de humanos. Y es ciudad coqueta: igual que Londres (respetando las diferencias de escala...), Asunción no se entrega a la primera visita, pero a la cuarta o quinta visita, termina por cautivar: ubicuo aroma de resedá, en verano; avenidas plantadas con naranjos y pomelos que ruedan por las calles; olor a asado al caer la tarde y recuerdo de dulce de mamón con helado de crema; gente que machaca sus yuyos en las aceras para aderezar su tereré o mate frío, que acompañan, a media mañana, con un "tereré rupá", o sea, la "camita del tereré", para que este no caiga pesado, compuesta de chorizos asados, o sánguches de empanaditas fritas con diversos rellenos (pan, empanada, pan...). Es mucha cosa.
En una ocasión en que se desató una lluvia diluviana (del taxi a la marquesina del hotel -un metro- uno quedaba empapado hasta los calcetines), nos invitaron a tomar una especie de cazuela de ave, la archifamosa "borí borí" de gallina, sopa que se adereza con bolitas de harina de maíz y que exige cierto ritual de consumo, como el valdiviano: debe correr el aguacero por las calles, y las arpas y guitarras paraguayas deben tocar esa música suave y élfica, heredada de las misiones jesuíticas de hace trescientos años. Un "borí borí" es un plato festivo.
Impresionado por el rito, pedimos en otra ocasión que nos dieran sopa paraguaya. Pero, otra decepción: se come con cuchillo y tenedor. Entérese de por qué.
Sopa paraguaya
Hierva 1 l de leche. Retírela del fuego y deje caer sobre ella, como lluvia, 600 gramos de chuchoca bien fina, revolviendo para evitar grumos. En ½ taza de manteca de chancho, rehogue ½ cebolla "a la pluma", sin dorarla. Añada ½ taza de agua y 1 cda. de sal. Cueza hasta que la cebolla esté tierna. Agréguela a la masa de chuchoca, junto con 300 gramos de queso mantecoso picado y 4 huevos batidos. Enmantequille una fuente grande. Vierta ahí la mezcla. Cocine en horno caliente (180°C) una hora. Sabroso queque para acompañar, frío o caliente, un asado.