En mi columna anterior me referí a la desaceleración que estaba experimentando la economía global, especialmente la zona euro (ZE), Japón y China, y que esa desaceleración, más la incertidumbre global y la atenuación de los estímulos monetarios y fiscales en Estados Unidos, comenzaban a afectar también el dinamismo de ese país. Frente a esta generalizada pérdida de dinamismo y con inflaciones que se mantienen bajas y por debajo de las metas de sus bancos centrales en todos estos países, la Reserva Federal (FED), el Banco Central Europeo (BCE) y el Banco Central de Japón están ajustando sus políticas monetarias, previendo ahora mantener o incrementar los estímulos monetarios.
El caso más reciente es el de la Fed, que en su reunión de la semana pasada reconoció que, contrario a lo afirmado en diciembre pasado -cuando planeaba cuatro aumentos de un cuarto de punto porcentual cada uno, para llevarla al nivel de la tasa neutral en 2020, que en esos momentos se estimaba sería de 3,25%-, ahora reconoció que la tasa de política ya se encontraría en un nivel cercano al neutral, lo que significa que habría alcanzado un nivel tal que no le suma ni le resta dinamismo a la demanda agregada. En paralelo, comunicó también que la reducción del tamaño de su balance sería ahora más gradual y se completaría hacia septiembre de este año. Los mercados reaccionaron con fuerza frente a estos anuncios, ahora asignando una probabilidad de cero a nuevas alzas de tasas este año, una del 34% que se mantenga y una del 66% que la Fed se vea en la necesidad de bajar la tasa.
En paralelo, el BCE prepara la extensión de su programa de préstamos a los bancos a una tasa baja por un período prolongado, programa que concluía este año y que requería el pago de estos préstamos. En China, en tanto, las autoridades anunciaron nuevos estímulos monetarios, crediticios y fiscales para evitar que su economía termine creciendo por debajo del 6 por ciento este año.
Esta reacción de los bancos centrales -de actuar temprano para acotar la desaceleración y evitar que la inflación siga cayendo por debajo de sus metas-, junto al avance en las negociaciones comerciales entre Estados Unidos y China, hace que el escenario más probable sea el de una desaceleración moderada de la economía mundial, con Estados Unidos creciendo sobre su crecimiento potencial y China sobre el 6%, a pesar del caótico proceso de negociación del Brexit y los problemas políticos de Europa.
Lo que sí es una preocupación es que, a pesar de lo activo que han sido los bancos centrales, frente a una eventual materialización de los riesgos del crecimiento global, los países avanzados tienen una capacidad muy reducida para usar políticas contracíclicas, especialmente la política monetaria. De hecho, en recesiones anteriores, la Fed redujo la tasa de política en 5 puntos porcentuales como promedio. Hoy no existe ese espacio, ya que la tasa de política está en 2,41%. Tampoco hay mucho espacio en la ZE y Japón, con tasas de política de cero y con compras masivas de bonos que ya están llegando a su límite de efectividad. El espacio para políticas fiscales también es reducido, dado el deterioro que han experimentado las cuentas fiscales en los principales países avanzados y en Alemania y Holanda, donde hay espacio, pero falta decisión política. Tampoco hay espacio político para intervenciones coordinadas con los principales países avanzados y China, como las que se implementaron después de la Gran Crisis Financiera, dado el deterioro de las relaciones entre Estados Unidos y el resto del mundo.
Con todo, es importante señalar que el escenario base sigue siendo uno de un crecimiento mundial más moderado y el riesgo de una recesión en Estados Unidos los próximos 12 a 18 meses sigue siendo acotado.
Chile en este nuevo escenario
La economía chilena tomó más dinamismo en el cuarto trimestre del 2018, después de un débil tercer trimestre, con un crecimiento anual de un 3,7%, impulsado por el sector no minero. Por el lado de la demanda interna, la inversión fue el gran impulsor de este crecimiento. Además, el crecimiento anualizado del PIB, desestacionalizado y ajustado por días trabajados, del cuarto trimestre alcanzó un 5,3%. Como resultado, el PIB terminó creciendo un 4,0% anual el año 2018.
Con respecto a perspectivas futuras, hay buenas noticias en la confianza empresarial, que se mantiene en terreno optimista y mejora en el margen, pero la confianza de los consumidores sigue en terreno pesimista. Preocupa que esto último, junto a la lenta mejoría del mercado laboral y la baja tasa de crecimiento de los salarios reales, pueda terminar afectando el dinamismo del consumo privado. De hecho, algunos signos de esto se observan en la debilidad que las ventas al detalle han estado mostrando últimamente. En contraste, las favorables condiciones financieras internas seguirán apuntalando el consumo privado y la inversión. En esta dirección, indicadores parciales (importaciones de bienes de capital y catastro de proyectos de la Corporación de Bienes de Capital) apuntan a que la inversión seguirá siendo el elemento más dinámico por el lado de la demanda interna.
En cuanto a los impulsos de las políticas macroeconómicas, por una parte, el pronunciado aumento de la deuda pública en años recientes hacía necesario introducir una política fiscal menos expansiva. En esa dirección, el actual Gobierno se ha impuesto el objetivo de reducir el déficit ajustado por el ciclo en 0,2% del PIB por año hasta el fin de este gobierno. Por otra parte, en cuanto a política monetaria, el Banco Central subió la tasa a 3,0% en enero pasado, completando un aumento de 50 puntos base en los últimos 12 meses. Por lo tanto, las perspectivas son que las políticas macro serían restrictivas en el margen este año.
Sin embargo, ahora que se desacelera la economía global más de lo anticipado hace unos meses y dado que existen importantes riesgos que incluso pueden terminar acentuando la desaceleración, el Banco Central va a tener que recalibrar también su política monetaria, considerando también que la inflación está muy por debajo de la meta. Esto debiera llevar a que el Banco Central, al igual que la Fed y el BCE, sea más proclive a mantener la tasa, a la espera de cuantificar las implicancias de este nuevo escenario para el crecimiento del PIB y la inflación. A su vez, el Banco Central tendrá que estar preparado para bajar las tasas e introducir otros estímulos si el deterioro del entorno externo se acentúa.
En el escenario central de una desaceleración global moderada, el crecimiento económico en Chile mantendría un dinamismo acotado, como resultado de dos fuerzas contrapuestas. Por un lado, el deterioro de la economía mundial, la incertidumbre externa, la caída de las expectativas y políticas monetarias y fiscales menos expansivas limitarán el crecimiento, y, por el otro, el alza del precio del cobre, las favorables condiciones financieras y el dinamismo que siguen mostrando indicadores anticipados de la inversión impulsarán el crecimiento. Como resultado, en el escenario central, la economía chilena crecería este año algo por debajo del 3,5%.
Aunque Chile tiene una institucionalidad y políticas macro que destacan entre los países emergentes, lo que unido al nivel actual de la tasa de política le da espacio para utilizar una política monetaria contra-cíclica (lo cual es un importante activo en momentos de desaceleración e incertidumbre mundial), las políticas micro en varios ámbitos se han deteriorado o se han mejorado muy poco en los últimos años -laboral, tributaria, eficacia de los procesos de aprobación y ejecución de proyectos e incapacidad de avanzar más decididamente en mejorar la calidad de la educación y de la capacitación-, lo que, lamentablemente, limita el emprendimiento, la inversión, la capacidad de generar buenos empleos y, en último término, el crecimiento sostenible de la economía. A lo anterior se suma que otras reformas muy necesarias y prioritarias para la población en general, y las clases medias en particular, como la de pensiones, de control de la delincuencia y de la salud se ven difíciles de llevar adelante dadas las dificultades que está experimentando el proceso político de discusión y aprobación de proyectos en la coyuntura política actual.
De no avanzar en reformas en estas áreas, se corre el riesgo de que se frustren las expectativas de progreso de las clases medias, lo que aumenta el riesgo de que comiencen a tomar más protagonismo soluciones populistas. Por ese camino, y como lo hemos visto en la región, al final terminan perdiendo todos.