Un rasgo interesante de la narrativa de Matías Celedón -que ya va en su cuarta entrega con
El clan Braniff- es que suele jugar exitosamente con estructuras y formas para inducir maneras más fecundas de leer. Ello es especialmente notorio en comparación con
La filial, de 2012, novela compuesta por timbres con textos sumamente breves que dan el pie para tejer una ominosa historia donde la burocracia, el tedio y la malignidad conjuran las tinieblas. Esta vez, en cambio, Celedón opta por un estilo tan claro como clásico que se inscribe en tradiciones reconocibles, como las historias de espionaje de la Guerra Fría, con escenarios internacionales, personajes dobles, violencia, traición y la paranoia de las vidas bajo permanente sospecha, y, en un largo tramo narrativo, la novela de camino tan característica de la narrativa estadounidense. Es un
thriller clásico que nunca baja la guardia en mantener el suspenso, y aunque esté ilustrado con fotografías y reflexiones en torno a esa práctica que le dan otra densidad, sus procedimientos narrativos no se apartan del molde, con bares de carretera, pueblos fantasma, conversaciones filosas donde importa tanto lo que se dice como lo que se escabulle. Pero hay otra novela bajo esa superficie de molde clásico.
Esa novela, la otra, nace del anclaje histórico del relato. Se sitúa en 1981. Dos exagentes de los servicios de inteligencia chilenos participan en una compleja operación para hacer llegar a Chile cocaína colombiana, cuya venta financiará operaciones y personal de la CNI. Hay, primero, un cambio de perspectiva inusual en la narrativa sobre la dictadura: situarse del lado de los agentes de inteligencia, con un narrador que no juzga ni estigmatiza, hace quizá más certera y profunda la denuncia de las prácticas represivas. Bob y Bill, los protagonistas, son el anverso y el reverso de la moneda en su carácter y estrategia de sobrevivencia, y de ahí viene la permanente tensión que agita esa amistad. Y, segundo, el desajuste entre la manera de narrar, con la distancia propia de las tradiciones a las que apela, y lo narrado, una operación de inteligencia para contrabandear cocaína que se enrarece por las investigaciones sobre el crimen de Orlando Letelier, traza una línea de quiebre por donde se lee otro relato, el de la soberbia hermanada con la miseria, el de la soledad y la cobardía de los asesinos.
Matías Celedón
Hueders, Santiago, 2018. 194 páginas.