En las páginas centrales de El telón , Milan Kundera recuerda las objeciones de varios críticos a Madame Bovary en el momento de su publicación. Una de ellas es de Sainte-Beuve, quien le reprocha a Flaubert -o a la historia- no incluir personajes con algún vínculo visible con el bien, de modo de poder ofrecer al lector algo de consuelo, mostrando a continuación como ejemplo posible la historia edificante de una señora de su época que al no tener hijos que criar se dedicó a la beneficencia y a enseñar a leer a los hijos de unos aldeanos. Por cierto, Kundera hace a partir de esto una mención al realismo socialista y a sus funcionarios, empeñados en que la literatura tuviera sus coordenadas ideológicas ajustadas a las del poder central en la era soviética.
Hay algo raro con este tema: cada vez que se menciona el realismo socialista en las conversaciones de escritores, se termina hablando del asunto de modo anecdótico, como si aquella avanzada de control estético perteneciera a épocas y a lugares remotos y se tratara, en suma, de una equivocación simpática de gente desinformada.
Me parece que, por el contrario, el espíritu que ha animado a los censores en épocas de autoridad fuerte sobrevive en la vida cotidiana en todas partes. La censura, la manipulación de lo que otros dicen, siempre está como opción a la mano: corresponde a una tendencia demasiado humana, se alimenta con impulsos frustrados y postergaciones, y sólo espera el momento de articularse en una instancia colectiva.
Prohibir es para el que se sabe mediocre una posibilidad absolutamente placentera. Me imagino que más de algún pelafustán quisiera promover que las editoriales (ojalá unidas, "mancomunadas") se negaran a publicar a Proust. O que el Ministerio de Educación sacara a Neruda de las lecturas de colegio. Una buena pregunta es qué libros hubiera prohibido Neruda. Yo creo que ninguno, a pesar de sus adherencias visibles. Pidió perdón alguna vez a las hienas por compararlas con T.S. Eliot, pero no lo veo tratando de censurar los Cuatro cuartetos.
Hemos visto que el totalitarismo tiene sus momentos de éxito y que en esos momentos los comisariatos aparecen repletos de voluntarios.
Una señora, hace poco, proponía una revisión total de la literatura chilena, una fiscalización de autores finados hace décadas para ver si había en sus vidas registros o asomos de abusos contra la mujer. La idea sería una nueva ordenación, un nuevo canon, una nueva ortodoxia. Y sobre todo, desmoronar lo que se ha ido construyendo en mucho tiempo, lo que por cierto es otra actividad que proporciona placer.
Kundera nos recuerda algo de la respuesta de Flaubert a sus críticos: que él deseaba entrar en el alma de las cosas, antes que criticar o enseñar. A pesar de ser una clase de sensibilidad antes que un movimiento, el realismo sobrevive siempre en una franja de malos entendidos. El público general, y algunos críticos, tienden a suponer que no se puede solamente mostrar un aspecto de la realidad. Los moralistas exigen además la explicación y la toma de partido.