París está rodeado. Las fuerzas nazis ya están ocupando Francia y aplicando mano de hierro contra quienes intenten disentir o resistir. Franceses y extranjeros huyen a Marsella con la esperanza de embarcarse hacia América. En ese puerto los consulados de Estados Unidos y México aún extienden visas de salida. En París, Georg (Franz Rogowski) recibe el encargo de llevar unas cartas al famoso escritor Wiesel y luego acompañarlo a Marsella, donde espera reunirse con su mujer. Wiesel muere en el camino, Georg toma su identidad -que le permite salir de Francia- y vagamente busca a la mujer perdida, Marie (Paula Beer), que aparece casi por azar.
Pero no es la Francia de 1940, sino la de hoy. Los nazis han vuelto y la policía cumple de nuevo la función colaboracionista. Los autos son actuales, las ciudades son modernas. Lo único igual a la Segunda Guerra Mundial es la angustia de los que huyen, la desesperación de los que están atrapados en el puerto, el terror y la parálisis ante los signos de la invasión que avanza.
Esta película es un caso muy curioso. El director Christian Petzold decidió convertir en una ucronía la famosa novela del mismo título de Anna Seghers, que muchos consideran la obra maestra de esta escritora alemana, y que fue adaptada también, sin cambio de época, por el cineasta francés René Allio en 1991. Seghers retrató en su novela buena parte de su propia experiencia como refugiada, tratando de rescatar a su esposo huyendo hacia Marsella y embarcándose para llegar a México.
Petzold escribió un primer guion junto a su maestro y mentor, el memorable cineasta indoalemán Harun Farocki (muerto en 2014), conservando la época original, pero más tarde decidió que podía prescindir de la reconstrucción histórica y transformar el drama quizá no en algo contemporáneo, sino más bien intemporal.
Mantuvo, en cambio, la compleja estructura literaria de la novela, en la que un narrador (sin nombre) explica lo que le ocurre al protagonista (Georg), quien a su vez descubre lo que está tras la historia del escritor Wiesel y su esposa perdida, mientras se cruzan otros personajes que a ratos confunden y a ratos esclarecen lo que está sucediendo.
El resultado es extraño. La operación de deshistorizar el relato lo convierte en algo abstracto, especulativo -hay que dejar de lado, por majadero, el obvio interés en ser un comentario político de actualidad-, y de paso también desencarna a los personajes, los transforma en fuerzas a través de las cuales circulan unas circunstancias estilizadas, tipificadas, literariamente codificadas. Por otro lado, rescata de ellos la desesperada confusión de los que están dejando atrás su pasado para salvar sus vidas, el inicio del desarraigo y el exilio. Es un doble trabajo de muy difícil traducción fílmica y Petzold, con su limitada imaginación visual, no parece el cineasta adecuado para emprenderla.
TransitDirección: Christian Petzold.
Con: Franz Rogowski, Paula Beer, Godehard Giese. 101 minutos.