A veces, como vivo lejos de Santiago y en una zona rural, pierdo contacto con lo que usualmente se llama "la actualidad", que es casi siempre algo que está ocurriendo en esos momentos (de ahí "lo actual"), precisamente, en Santiago o es definido desde Santiago. No quiero quejarme lastimeramente, una vez más, contra el centralismo, una quejumbre inútil y poco viril. Al contrario, pienso que esta excentricidad me es muy ventajosa porque esa esporádica falta de conexión me abre la visión hacia otro "tiempo" que también corre, aunque tiene otro ritmo, que va mutando, pero sus cambios se miden en décadas, incluso en siglos o más. Este proemio tiene, por cierto, la intención de excusarme porque no se me ocurre ahora para opinar en esta columna nada que tenga que ver con "la actualidad" y, en cambio, he sido testigo de dos acontecimientos que apuntan a ese otro tiempo al que me refería antes, un tiempo que no deberíamos descuidar en modo alguno.
El primero fue el otorgamiento que hizo la Universidad de Talca del grado académico de Doctor Honoris Causa al artista y pensador Alfredo Jaar. El segundo, la presentación del libro del profesor y poeta Antonio Cussen llamado "El milenio según Virgilio". Ocurrieron esta semana, el día miércoles y el día jueves y, desde ese ángulo, son actuales. Sin embargo, el núcleo al cual se dirigen y al cual irradian reclama que miremos aquella actualidad en la perspectiva desacostumbrada de una corriente del acaecer que fluye poderosa y silenciosa alrededor de lo meramente episódico. En una de sus obras, instalada justamente en Roma, la misma Roma de Virgilio, Jaar tapizó la ciudad con carteles que decían " Il vecchio mondo sta morendo. Quello nuovo tarda a comparire. E in questo chiaroscuro nascono i mostri ". El libro de Antonio Cussen, asombrosamente, sostiene que toda la arquitectura de la Eneida de Virgilio, escrita hace dos mil años, se funda en una convicción semejante.
La gente vulgar, como yo, tiende a pensar que siempre vivimos en crisis y que sería engañoso pensar que cierta coyuntura es especial, un momento peligroso de tránsito de una época a otra. Los artistas, en cambio, que son los grandes pensadores del acaecer, poseen una sensibilidad más fina para ese río mayor del tiempo, y presienten y tiemblan con lo que se avecina, que no saben bien hacia dónde se dirige, si hacia algo mejor o peor, pero que tratan de intuir y expresar. La meditación de la obra de Jaar y Cussen es una apelación urgente no a desatender el ahora y sus afanes, sino a ponerlo en consonancia con aquello que está ocurriendo más allá de la provincia santiaguina.