Arde una ladera del San Cristóbal y se quema mucho más que árboles plantados con mucho esfuerzo. Cuando a principios del siglo XX Alberto Mackenna figuró transformar este cerro pedregoso y árido en un parque para Santiago, demostró una visión planificadora que anticipaba el inminente arribo de la capital a una escala inusitada: la metrópolis moderna y la ciudad de masas. La gesta técnica y cultural de colonizar la montaña no escatimó en proezas, y la sola foto histórica de un funicular trepando por laderas desnudas parece hablarnos de una épica modernizadora y de una temeridad que quizás no heredamos.
En los años 70, por iniciativa de los trabajadores de este jardín de 700 hectáreas, se habilitó el estanque Chacarillas como piscina popular (actual Antilén). Esto dio origen a un programa ambicioso de construcción de espacios públicos y balnearios que se comenzó a ejecutar por todo Chile. Así, al amparo de la Cormu y luego del Serviu, el Parque Metropolitano se transformó en una institución: una suerte de ministerio del espacio público.
Sin duda, el momento de mayor exigencia fue el programa de parques urbanos que se inició con Aylwin en los años 90 y que, por fortuna, ha sido retomado y ampliado por los sucesivos gobiernos, inyectando valor y transformando la vida en decenas de barrios. En sus inicios, algunos parques que fueron construidos en la periferia más carenciada de Santiago fueron dejados a la administración municipal. El lujo de atender un jardín urbano les resultó imposible de solventar y el milagro verde duraría poco. La experiencia hizo que el Serviu ideara un sistema de mantenimiento dependiente del gobierno central que se ejecutó bajo la tutela del Parque Metropolitano. De esta forma, nuestras groseras diferencias socioeconómicas no lograron interponerse en el desarrollo de las áreas verdes. Así, hoy prosperan gemas como los parques La Bandera, André Jarlan, La Hondonada, Renato Poblete, por mencionar solo algunos casos de Santiago, porque la iniciativa hoy se extiende por todo Chile.
El Parque Metropolitano es más que el jardín del cerro. Es un patrimonio institucional y político, que representa uno de los mejores esfuerzos del Estado a los que se ha decidido dar continuidad. Por ello, da angustia ver arder la más mínima extensión de sus laderas, en donde se han cultivado también las esperanzas de un mejor futuro urbano y una mayor equidad social.