En el pequeño pero bullicioso mundillo chileno ligado a la literatura y entre "la gente culta", en general, no fueron bien valoradas, como era presumible, las confesiones de un ministro de este gobierno acerca de sus hábitos lectores. Al parecer llevaba bajo el brazo un volumen en inglés titulado "The Fourth Industrial Revolution", y puesto que hoy ver a un político con un libro es extraordinariamente excepcional, ya ese solo hecho lo convirtió en noticia. Esa noticia -que existía un ministro lector- llevó a los conmovidos periodistas a indagar algo más en torno a este comportamiento tan inusual. Ese fue el contexto en que el ministro lector declaró que no leía novelas porque en su percepción ese género de libros significa perder un tiempo escaso sin aprender nada.
El alboroto no se justifica. Todo lector tiene el libérrimo derecho a elegir sus lecturas y a determinar las razones que lo mueven a leer. Incluso más, toda persona tiene derecho a no leer y no por eso, necesariamente, deja de ser una persona idónea y culta. Felicito al ministro por practicar este hábito que va a menos, aunque confieso, a su vez, que el solo título "The Fourth Industrial Revolution" me produjo un efecto soporífero instantáneo -puedo equivocarme-, ya que valoro altamente el factor "entretención" y leer un libro tedioso es, en mi perspectiva, una suprema pérdida de tiempo. En mis lecturas también me gusta aprender, pero mi experiencia de muchos años me indica que a menudo los libros que prometen enseñar muchas cosas -"The Fourth Industrial Revolution",
for example - resultan un cúmulo de información inútil y, al revés, otros que parecían destinados a una vana entretención me han comunicado una verdad esencial.
No es posible establecer
a priori qué libro nos va a enseñar algo. Así, he aprendido muchísimo e inesperadamente de las novelas que he leído a lo largo de mi vida, más que de ningún libro "informativo", exceptuando quizás el Código Civil chileno. Las honestas confesiones del ministro lector me hicieron pensar en ello y llegué a la conclusión de que necesitaría de muchas columnas para enumerar lo que he aprendido. Sin embargo, me gustaría mencionar una que dice relación con la declaración del secretario de Estado: la importancia que tiene en la vida individual y social la capacidad de saber perder el tiempo. No someto, en general, mis lecturas a criterios de rendimiento, de maximización de la utilidad, porque creo y procuro que crezcan dentro de un ámbito, precioso para mí, que permanece ajeno a esos criterios. También me siento más a gusto en medio de sociedades que cultivan, como lo más propio de lo humano, esos espacios de gratuidad, de inutilidad, de simple don.