En el verano leí las amenas memorias de Martina Barros Borgoño. Que yo sepa, no tiene estatua ni calle ni estación de metro, pero fue pionera en la defensa de la mujer en los siglos XIX y XX, alegando con pasión su derecho a la enseñanza y la necesidad del voto femenino.
Era sobrina de Diego Barros Arana, quien la guio en sus lecturas y la quería como hija. Su tío le dejó una gran impronta, pero también la desconocida miss Whitelock. Hija de un funcionario inglés en la India, miss Whitelock fundó en Santiago una pequeña escuela. A ella Martina dice deberle "en gran parte, lo poco que he sido en mi ya larga vida".
La describe con ternura. "Era de un protestantismo absolutamente intolerante, odiaba a todo lo francés, pero era una gran educadora llena de bondad e inteligencia", que velaba "más por la educación que la instrucción". Nada le molestaba más que "una pregunta tonta o una idea disparatada dicha sin pensar, a stupid question , como decía".
Con miss Whitelock, Martina Barros desarrolló un perfecto inglés, cuando muchas mujeres con suerte aprendían a leer y zurcir. Así pudo traducir y prologar, en 1872 y a los 22 años, la crucial obra de John Stuart Mill "The subjection of women".
La traducción causó revuelo. La felicitaron Vicuña Mackenna y Miguel Luis Amunátegui, pero tuvo un repudio masivo, sobre todo del universo femenino: "Muchas señoras me miraban con espanto y mis compañeras se alejaban de mí". Aun así, no se cansó de ponderar la importancia del voto femenino y de la formación de las mujeres. Todo con lucidez, firmeza y sin insultos.
Así atravesó los siglos y alcanzó a ver cómo las mujeres votaban en las elecciones municipales. Ya anciana, advertía que "este progreso tan enorme se ha desarrollado sin que se produjera ninguna de las consecuencias desagradables que se temían" (la amenaza era que si la mujer votaba, abandonaría el hogar).
Hoy, en el Día de la Mujer, la figura de miss Whitelock me recuerda la importancia de los buenos referentes en la infancia y la juventud. Muchas mujeres siguen transmitiendo, a veces en forma inconsciente, el machismo a sus hijos e hijas. Por eso resulta crucial encontrar buenos modelos, ya sea en el hogar -agradezco en eso el marcador sello de mi madre y abuela- o en la educación.
De mi etapa escolar recuerdo el rigor, la sabiduría y el cariño de la "miss Tamen", que luego murió de un duro cáncer. ¡Con cuánta pasión leía y comentaba los versos de García Lorca o de Lope de Vega! Ella llamaba a volar alto, era estricta, pero no perdía el humor (de figura menuda, una vez se disfrazó de Quijote y desató carcajadas).
En la universidad, en las heladas salas del campus Oriente, otras figuras me marcaron. Sobre todo aquella profesora de pelo largo y oscuro, que nos descubría los ricos pliegues de las crónicas de García Márquez. Con dedicación y exigencia -y un fatídico lápiz rojo- corrigió con paciencia nuestras primeras redacciones.
Mujeres resueltas, inspiradoras y generosas constituyen un gran impulso para que las jóvenes puedan desarrollar sus talentos, tener confianza en sí mismas y correr los límites que nos pone la sociedad. O que tantas veces nos imponemos nosotras mismas.