El cierre del humor del Festival de Viña 2019, el segmento más popular y narrativamente más atractivo de esta versión, se resume en una onomatopeya: Plop. Esa expresión de Condorito no solo sirve para describir la inaudita premiación con Gaviotas del comediante cubano Boncó Quiñongo cuando su rutina, que fue irregular y a ratos grosera, había causado más indiferencia que aplausos. Sirve también para describir lo insólito que fue que este momento se diera tras los comerciales; o sea, se eligió televisarlo evidenciando la molestia que causó en la Quinta que su salida del escenario fuera decretada por la producción y ejecutada por los animadores sin ninguna contemplación.
"El show televisivo es una cosa, pero aquí se vive la verdad", explicaban los animadores al público; pero también escuchábamos los que veíamos TV. Los que no entendíamos nada de lo que había pasado en esa pausa comercial.
Y ese es un gran punto a la hora del balance de esta versión número 60 del Festival de Viña del Mar. Esta nueva alianza que se hace cargo del evento parece haber centrado sus esfuerzos en sacar adelante el espectáculo en vivo y, luego, haber puesto en el aire una señal televisiva para él.
Dejar de lado los intereses particulares tiene costos -y algunos son maravillosos- como bajar el nivel de agresividad entre los comentaristas de farándula. Pero otros son más críticos, como bajar el nivel de empoderamiento de los animadores del certamen, que dejan de lado su rol de liderazgo. Porque no está demás recordar que los queribles Martín Cárcamo y María Luisa Godoy no solo están ahí para escuchar a los 15 mil asistentes de la Quinta Vergara, sino también para ayudar a que la experiencia de los que están al otro lado de la pantalla no necesite de una explicación. Si no, para qué hacerlo por televisión.