V.: Le agradezco la entrevista.
Poyo Irarrázabal : Encantado.
L.V.: ¿Podría contextualizar y explicar su experiencia educativa?
Poyo:
Esto parte en los años 70 y termina en los 70, que fueron movidos. Esto
fue la otra cara del proyecto educativo del Saint George, que integró
de abajo hacia arriba, conmigo fue al revés: de arriba hacia abajo. Yo
fui la contraparte de lo que ahora se llama Plan Machuca.
L.V.: ¿Cuántos partieron con usted?
Poyo: Nadie. Me dejaron solo los desgraciados y ni el Petaca Lynch ni el Palangana Irisarri me avisaron que se habían bajado.
L.V.: ¿Entonces?
Poyo: Entonces partí a un liceo periférico, pero espérate: periférico, periférico, y ayúdame a decir periférico.
L.V.: Periférico.
Poyo:
Gracias. Mi sensación fue la de un astronauta que llega a un planeta
extraño y duda por el oxígeno en el aire, ¿habrá o no habrá?, ¿me saco o
no el casco?, ¿y si me lo saco: muero o vivo?
L.V.: ¿Y?
Poyo : Había oxígeno y se podía respirar.
L.V.: ¿Recuerda la comuna?
Poyo:
No, pero te la describo: casitas bajas y empeñosas, árboles chuecos, un
barrio estrecho, harto pasaje, veredas destartaladas, gente fea.
L.V.: ¿Ñuñoa?
Poyo:
No, no me acuerdo. Empecé a convivir con los alumnos sin dificultades, y
yo que nunca he sido bueno para la pelota, me convertí en
scorer . Es
que me daban una cantidad de pases increíbles. Gente muy servicial.
L.V.: ¿Recuerda los apellidos de sus compañeros?
Poyo:
No en particular, pero en general te menciono a dos Soto, un Rojas,
Díaz, González, Martínez y un Varela, creo. Y mira qué curioso,
impensado esto que te voy a contar, pero mi gran problema fue mi apodo,
porque quería convivir a escala humana y les permití la confianza de
llamarme Poyo. Fue imposible.
L.V.: ¿Por qué?
Poyo: Porque pronunciaban Pollo, con una doble ele arrastrada, en vez de lo correcto: Poyo.
L.V.: ¿Llegaba en micro?
Poyo:
En automóvil, es una realidad que no podía ocultar. Mi padre, por
precaución, le pedía al chofer que jamás repitiera el camino. Nada de
rutinas diarias, ¿entiendes? Para no arriesgarse.
L.V.: ¿Y qué tal los profesores?
Poyo:
Nunca me había sacado tan buenas notas. Quedé tan agradecido, que le
pedí a mi padre que recompensara a Gaete, el inspector general. Así que
le dio un puesto de contador auditor en una de sus empresas, con el
doble de sueldo, por supuesto. Tampoco era tanta plata. Al profesor de
gimnasia, Marín, un gallo que sabía karate y era un hacha con los
linchacos, lo contratamos de chofer. A Marín le perdí la pista; a Gaete
lo mataron.
L.V.: ¿Quién mató a Gaete?
Poyo: Ni idea. En fin. Esa fue mi experiencia educativa en el Más Allá. Duró un año, y creo que fue inolvidable.
L.V.: ¿Para usted?
Poyo: La verdad es que no.
L.V.: ¿Para quién entonces?
Poyo: Para ellos, por supuesto, para ellos.