El anuncio de Prosur se da en medio de una de las tantas vueltas de mano de la historia de las relaciones de los países latinoamericanos -en especial de América del Sur- entre sí. La aparición de varios gobiernos con semejanza en sus ideas, en parte reacción a las tendencias populistas y espantados por la evolución de Venezuela (no solo desde Maduro; todo comenzó con Chávez), da la ocasión para institucionalizar algunas visiones comunes.
Los críticos de la OEA, muchas veces prisioneros de un antinorteamericanismo cerril -patología muy latinoamericana-, tenían razón en un punto: por más que el Norte y el Sur tengan mucho en común, existe un acervo político-cultural que vincula a los latinoamericanos. Solo que los proyectos de una organización exclusivamente latinoamericana, una buena idea en sí misma, nunca llegaron a puerto. Quizás la Cepal podría haber sido un germen de la misma. Encalló víctima de una burocracia autoseleccionada de la izquierda elegante; hace rato perdió el impulso original de los fundadores de hace 70 años. Es lo que pasó con Celac, presentada originalmente como organización latinoamericana, aunque más parecía una manera para lavar la imagen de lo que quedaba del régimen cubano. El Presidente Piñera en 2013, en ceremonia solemne, le hizo entrega de la presidencia a Raúl Castro, ya a cargo de la dinastía. Nadie dijo nada.
Todas estas organizaciones han crecido alimentadas por el halo de la integración europea, mirando su parte exitosa -sería un error hoy por hoy mirar solo sus graves problemas- y para muchos tenía que replicarse de la misma manera. Porque para eso somos buenos, planificar paraísos sobre la tierra que se desploman antes de alumbrar. Que se ponga atención a la Alianza del Pacífico, con su éxito limitado pero reconocido, una alianza práctica que debe ser complementada por una organización política de convergencia de toda la región.
No es mala idea que tras unos años de vacío de liderazgo internacional se tome una iniciativa para crear una concertación mínima entre los países sudamericanos o latinoamericanos. Aquí ya hay una primera cuestión. No cabe duda que los países de América del Sur tienen más vínculos de identidad y trayectoria entre ellos que con el Caribe o América Central, siendo México un caso especial. Pero excluir a países hispanoamericanos e ignorar a México -y a los angloparlantes- sería inconcebible. Por eso se debe retornar a la idea de una organización latinoamericana, paralela y no rival de la OEA, una de concomitancia y concertación, pero sin identificarse con un proyecto determinado de integración. Unasur podría haber sido una buena iniciativa que se descarriló al ser manipulada por el chavismo; se suponía que Lula manejaría los hilos, nada muy bueno. Es la razón por la cual se la quiere enterrar.
Cuidado, eso sí, con reemplazarla con una antítesis ideológica; muy luego se va a desmoronar como su antecesora. Se trata de erigir instituciones que sobrevivan a los vaivenes entre izquierda y derecha o de otro tipo. ¿No sería más razonable rescatar lo que resta de Unasur como proyecto latinoamericano de concertación, incluyendo su sede modernista en Ecuador, en este mundo de hoy, donde el "sálvese quien pueda" parece estar imperando? No se crea que en este escenario de todos contra todos a nuestro país le va a ir muy bien, por más que Chile sea bien considerado. Seríamos una víctima más. Nuestra seguridad ha estado vinculada tanto a la convivencia en la región como a un sistema internacional cuyo centro de poder estaba en el antiguo Occidente. Esto último se agrieta día a día. Salvemos lo posible en la medida de nuestras fuerzas.