En el siempre complicado ejercicio de encontrar culpables para una crisis, Frank Kudelka las emprendió la semana pasada contra los representantes -o empresarios- que, según dijo, terminaban apropiándose de los clubes. Si ese es el sentimiento en la U, la cosa es grave, pues la institución contrató diez jugadores que, suponemos, eran del gusto o del técnico o de los dirigentes.
El negocio de los intermediarios -como el de todos los oficios del mundo- puede hacerse correcta o ilícitamente. En la caricatura, el empresario acentúa las virtudes de su representado y esconde sus defectos. Había una época en que no existían ni Internet ni las grabaciones de todos los partidos en que podías vender un gato por una liebre, pero eso ahora linda derechamente con la ignorancia, la mala fe o el robo.
Por lo demás, hasta antes de la eliminación en la Libertadores, uno podía creer que las contrataciones azules eran jóvenes, inexpertas o que no tenían jerarquía suficiente para la institución, pero ahora, depreciadas por el entrenador y el capitán, parecen parte de un gigantesco fraude o error, lo que no solo es injusto, sino que falso.
El poder de los empresarios es, efectivamente, cada vez mayor porque el fútbol giró hacia un gran negocio, donde existen muchas necesidades y pocos productos. Si hubiera igual cantidad de goleadores que clubes necesitados de goles, por ejemplo, no habría problemas. Algunos se las arreglan con ingenio, otros buscan hasta el fondo en el cajón de las ofertas y -los que pueden- pagan generosamente por tan escasa mercancía. El problema, muchas veces, no es tanto del que vende como del que compra.
Por eso, cuando se acusa a estos empresarios de haberse "tomado" la actividad, es porque en muchos casos se proveen a sí mismos. Unión La Calera, por ejemplo, vive el mejor momento de su historia merced a que un grupo internacional se adueñó de la institución. Su condición les permitió traer a cuatro o cinco jugadores que están por sobre el promedio del local. Ni hablar de los equipos de provincia. Eso es bueno, porque la hinchada lo goza. Pero es malo porque, tal como aconteció en la temporada pasada, el club es apenas una vitrina para subir la cotización. Tenemos todos la certeza que esos jugadores serán vendidos en el mercado de invierno y que La Calera, sea cual sea su situación en la tabla o el plano internacional, verá mermado su potencial.
Cuando el negocio se desnuda a tal punto, molesta. Y cuando los mismos empresarios poseen no uno, sino dos o más clubes, irrita. Porque queda sembrado el terreno para la irregularidad, la sospecha o la duda. Por eso se pide transparencia, una legislación adecuada y controles, aunque, como está dicho, a la hinchada calerana poco le importe el trasfondo si su equipo está puntero y avanza en la Sudamericana.
Lo que no entiendo -y alguien debería explicarlo con más claridad- es por qué los empresarios tienen la culpa de la debacle de la Universidad de Chile. Un equipo con un cuerpo técnico maduro y con tantos gerentes.